Después de seis años luchando contra un imposible, tras más de un lustro persiguiendo la utopía de destronar a la mejor dupla de la historia de este deporte; a los 35 parecía llegarle a Juani Mieres la oportunidad definitiva para coronar su carrera, un regalo irrechazable para formar junto a una leyenda viva, precisamente el adversario que venía frustrando sus sueños.
El 18 de agosto de 2014, Diego Mieres confirmó la noticia de que su hermano jugaría en 2015 con Juan Martín Díaz. Un bombazo que culminó 14 días de rumores y especulaciones tras el anuncio de separación de Los Reyes. La decisión de Belasteguin de formar con Pablo Lima fue lo que acabó empujando a Juan Martín a jugar junto a El Hispano.
Ese punto de partida contribuyó a marcar diferencias en el trayecto de las dos nuevas parejas. Mientras que unos se buscaron por iniciativa, otros se encontraron como consecuencia.
Sea como fuere, la oportunidad surgía para Mieres, por fin, en el tramo final de su carrera. Gustavo Papucci, Miguel Lamperti y Germán Tamame en menores; Turu Flores, Chema Montes, Gustavo Pratto, Pitu Losada, Pablo Lima, Matías Díaz, en absoluto. Testigos todos del crecimiento de un jugador tan honesto como brillante, un analista del juego que nunca reserva nada, un arquitecto del padel que exhibe un palmarés imponente con dos campeonatos del mundo (el último el pasado año), cuatro campeonatos de España, un buen puñado de títulos del circuito profesional.
Y, por encima de todo ello, la formidable proeza de construir una fabulosa y constante alternativa a los dos emperadores que han gobernado el padel sin compasión ni piedad, con fiera tiranía, durante 13 años. Han sido seis temporadas junto a Pablo Lima, todas mirando hacia la cima siempre desde la segunda plaza. El techo auténtico de los mortales. La verdadera meta de los aspirantes.
Un mérito eclipsado por el esplendor de Juan y Bela; una hazaña condenada al desprecio por una parte de la afición que no admite ver más allá de lo que dicta el marcador. Tal es así que, el asalto de Mieres y Lima al número uno del ranking durante un puñado de días en 2014 por una anecdótica carambola, fue señalado por muchos como un auténtico sacrilegio, un atentado contra lo que entendían como un designio del destino. Injusta crueldad la de quienes exigían al de Bahía Blanca la pelea imposible contra Los Reyes y le negaban al tiempo el reconocimiento de su entrega.
En ese camino, sin embargo, en esa permanente persecución inasequible a la decepción, invulnerable a las derrotas, Mieres ha triunfado siempre. No podía ser de otro modo cuando lo ha hecho desde el honor y el respeto, desde la sinceridad y generosidad, desde la entrega y el talento. Su nobleza, su ambición, su profesionalidad le ha sostenido en una competencia desequilibrada, mucho más de lo que él y Lima se han encargado de mostrar.
La pareja Juan y Bela fue lo que fue, en gran parte, al empuje, a la competencia de sus rivales. Juani y Pablo, los únicos que asumieron el envite.
Hace 15 años, operado de los dos meniscos, sin posibilidades no sólo de triunfo sino ya de competir, el de Bahía Blanca aceptó la invitación del presidente de la APA para cubrir una vacante y participar en el Mundial sub 20 de Menores del año 2000 junto a Germán Tamame. Su asombroso trayecto le llevó hasta una insólita victoria final, un episodio que retrata a la perfección su carácter, competitividad y entrega.
Ahora, en 2015, tres lustros después de aquello, tras media vida entre cuatro paredes y una red, a Mieres le surgía la ocasión de alcanzar el cenit con Juan Martín a su lado. Un sueño, en verdad, envenenado.
El disfraz de Príncipe, la maldita etiqueta de segundón con que las nuevas generaciones han premiado su esfuerzo, estaba lista para ser pulverizada. Una aspiración quimérica.
En apenas cinco torneos, esa oportunidad irrechazable ha acabado por devorarle. El pasado 21 de junio, dos meses después de comenzar juntos la temporada 2015 de World Padel Tour, El Galleguito anunciaba el final de esta efímera unión.
Mieres y Juan Martín se postularon para luchar por la corona pero ni siquiera han estado en disposición de pelear una final. Tres cuartos y dos semifinales son números discretos para quienes se prometieron la gloria. Lo peor, sin embargo, no son los datos sino las sensaciones. Ahí han sucumbido desde la primera ronda.
Sobre la moqueta, Juan y Juani no han sumado en ningún momento. Sin plan, sin hilo en el juego, sin conexión, sin química. Sólo el inconmensurable talento de ambos y su innegable oficio les ha permitido salvar partidos que no debieron resultar tan complicados. Insuficiente hoy en un circuito lleno de emboscadas en cada paso.
Cinco derrotas para un adiós. Y como no podía ser de otra manera, este final tan prematuro como decepcionante se ha cobrado su factura, pero sólo a Mieres. Únicamente a él. Algo previsible, por otro lado, desde aquel 18 de agosto de 2014.
Porque, en efecto, tras este breve recorrido el peor parado ha sido el de Dunlop. No ha bastado su palmarés, ni su irreprochable actitud; ni su esfuerzo incuestionable; ni su empeño persistente. El culpable de esta separación, a ojos de parte de la afición, es sin dudas el Bahía Blanca. El peaje por el fracaso de los Juanes lo ha acabado asumiendo Mieres. Las críticas de multitud de aficionados han corrido en las redes sociales desdibujando al jugador y rebajándolo a la categoría de secundario.
El veredicto popular, como casi siempre, no ha logrado trascender más allá de lo que el marcador electrónico ha indicado. Y ahí, Mieres no tenía forma alguna de salir airoso por más que el reto que tenía ante sí era ciertamente más complejo de lo que muchos imaginaban. Porque, en verdad, El Hispano no debía acoplarse a Juan Martín, en contra de lo que muchos pensaban, sino sustituir a Fernando Belasteguin, una misión imposible a todas luces.
El de Pehuajó no admite recambios. Sus 13 años junto a Martín Díaz forman un dictado prodigioso de gran parte de la historia del padel. Bela no sólo ha logrado ponerse a la altura de un mito sino que ha acabado sosteniéndole hasta agrandar su leyenda.
Ni siquiera los triunfos, los títulos, en caso de haberlos logrado con Juan Martín, hubieran elevado a Juani como ganador en esta apuesta. El desafío, por tanto, era tan apetecible como difícil de conseguir.
Aún más cuando tampoco ha encontrado demasiada ayuda en un Juan Martín que, por el contrario, no tenía que reemplazar a nadie, y mucho menos a Pablo Lima.
El calor, la complicidad, el alma que Juani ha encontrado sobre la moqueta con Lima durante seis años, ha sido ahora distancia, desapego, incluso cierta frialdad. Caracteres distintos, también actitudes diferentes. La discreción del de Bahía Blanca, su humildad, su silenciosa resistencia ha sido engullida por el majestuoso relato de un dios del padel.
Desde 2003 está el de Dunlop afincado en España. Tiene esta nacionalidad y ha ganado títulos con el escudo de la selección española. Nada de eso le ha valido para terminar de ser uno de los nuestros. Ni su profesionalidad, ni su perfecto acoplamiento a este país, ni su dedicación, compromiso y respeto.
Tampoco, Juan Martín, es cierto (también con la nacionalidad española). Pero su magia y su cartel han trascendido fronteras para convertirle en un icono del padel.
La respuesta de El Galleguito en estos cinco fatídicos torneos tampoco parece haber estado a la altura de ello. O tal vez sí. Martín Díaz es un espíritu libre, un hechicero sin ataduras, un genio que huye de la táctica, que tiene la suya propia, única, inimitable; un mago tan capaz de destrozar a sus rivales con su incomparable talento, con su impredecible fantasía, y al mismo tiempo, como de devorar a su compañero con su estilo anárquico.
Hoy han quedado al descubierto todos aquellos vacíos que un siempre minusvalorado Bela se afanó por ocupar durante los últimos 13 años sobre la pista. Mieres no ha podido ni sabido compensar la genial libertad del maestro en este inicio de temporada.
En 2008, Juani apostó por un emergente brasileño, un aguerrido jugador que pegaba con el corazón y defendía con el alma. Hoy, Lima forma junto a Belasteguin, domina el circuito en su primera temporada e incluso se le atribuyen virtudes que ni siquiera tiene.
Oculto queda ya el camino recorrido. Ignorado es hoy que en el brasileño de Asics hay mucho de Mieres. Sobre el juego cartesiano de Juani, sobre su análisis estratega, sobre su impecable conducta, sobre su siempre generoso esfuerzo, sobre su actitud de proximidad y atención al compañero, Pablito Lima ha crecido hasta explotar. Esas virtudes le han permitido siempre al de Dunlop competir contra los mejores y son esas cualidades las que, además, han contribuido, de manera decisiva, a aupar a su entonces compañero.
Ahora, en cambio, junto a Juan Martín, atenazado, aplastado por el peso de un mito, en su empeño por ser Bela, Mieres no ha sido, siquiera, Mieres. Ese ha sido su mayor (y único) pecado.
Ya no tendrá oportunidad de corregir el trazo, de enmendarle, de enmendarse. No junto a El Galleguito. Juani se une a Sanyo Gutiérrez, otro talento puro, de perfil distinto y, sobre todo, carácter y ambición muy diferente.
La primera prueba, en Dubai, por más que fuera de fogueo (un torneo promocional en el emirato árabe) alumbró hace un par de días un nuevo rumbo. Mieres, ya junto a Sanyo, remontaron en la final a sus excompañeros, Juan Martín Díaz y Maxi Sánchez, para imponerse en un duelo muy interesante (3-6, 6-3 y 6-4).
En ese triunfo, el trazo, la anticipación, la lectura del juego, la constancia de Juani Mieres volvieron a aflorar sobre la moqueta azul junto a su nuevo aliado. El desafío para él, sin embargo, vuelve a ser muy complicado. El Hispano lucha otra vez contra el corazón de la hinchada. De nuevo, el de Bahía Blanca asume el papel de meritorio para enfrentarse al dictamen de una afición que suspira por Sanyo.
Su oficio, su trabajo, su profundo conocimiento del juego, su entrega plena, su profesionalidad y su humildad volverán a ser su mejor respuesta.
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