Puestos a elegir, cada uno puede tener sus legítimas preferencias. La pegada poderosa de Marta Marrero, la volea afilada de Gemma Triay, el despliegue voraz de Majo Sánchez Alayeto, la bandeja perforadora de Ale Salazar, el insolente descaro de Bea González, la granítica solidez de Martita Ortega…
En el pádel femenino actual hay dónde escoger, desde luego. Pero cuando no se trata de eso, cuando la aspiración va mucho más allá de un golpe, una cualidad o una sola virtud, cuando la elección apunta a una forma de vivir este deporte, de estar en la vida; la cuestión ya no admite dudas: yo quiero ser como Patty y Eli. Y tú, también.
Porque representan lo mejor de lo que soñamos
Es sencillo. Patty Llaguno y Eli Amatriain son todo aquello que aspiramos ser. En una pista de pádel, de camino al colegio con los hijos, en la silla de la oficina, en una parada de autobús o en el sofá de casa,… en cualquier lugar, queremos ser como Patty y Eli. Es más, anhelamos que en el mundo haya mucha gente que sea como Patty y Eli.
Porque ellas representan todo aquello que soñamos ser, aquello que sabemos que haría funcionar mejor todo lo que nos rodea. No hablo de talento, que lo tienen a raudales. Ni de capacidad de sacrificio y lucha, que lo vienen demostrando desde el primer día. Ni de una actitud impecable entre ellas y un respeto absoluto hacia sus contrarias; un principio inquebrantable que mantienen en cualquier circunstancia. Es todo eso y mucho más.
El ejemplo de Vigo
En Vigo, tres horas después de iniciar la semifinal, ese globo de Patty que se marcha directamente al cristal lateral certifica la derrota de ambas. Acababan de protagonizar un ejercicio conmovedor de pádel. Perdieron y ganaron el encuentro varias veces. Dispusieron de hasta seis bolas de partido pero no pudieron aprovechar ninguna. Sus rivales, Las Martas, sí lo hicieron y las vencieron en el dramático tie break del tercer set.
Sólo tras esa última bola, Patty se dejó caer sobre la moqueta. Eli fue a buscarla, a levantarla y a abrazarla mientras se hablaban al oído. O igual ni siquiera hubo palabras. Tampoco parecían necesarias entre dos guerreras que se vaciaron, que hace mucho que se prometieron no rendirse ni dentro ni fuera de la pista y que se afanan en cumplirlo con una abnegación encomiable.
Ahora, en la esquina de esa pista central en Vigo, son dos mitades que se unen en un instante congelado para mostrarnos que cuando se pelea por un sueño de esa manera no hay espacio para la derrota.
Ahí, en ese momento, en ese abrazo de Patty y Eli, de alguna forma, estamos todos presentes, con nuestros afectos, con nuestros anhelos, susurrándoles a ambas nuestra gratitud por su ejemplo y admiración por su generosidad.
También están presentes sus formidables oponentes, Marta Marrero y Marta Ortega, que le añaden más valor a la escena. Son las ganadoras del partido; las están esperando en la red y, en un insólito gesto aplauden también a Patty y Eli. Porque saben que un partido contra esta pareja es una ocasión de ser mejores jugadoras, incluso mejores personas. Y, por eso, aplauden Las Martas, por haberlas llevado al límite y haberles exigido lo mejor de ellas mismas.
Y aplaude el público desde la grada, como también lo hacemos quienes, al otro lado de la pantalla, aún estamos sobrecogidos por lo que ocurre. Todos reconocemos lo que han hecho pero, mucho más, lo que son. Porque todos aspiramos a ser Patty y Eli.
Valores y principios
La filosofía de Llaguno y Amatriain trasciende el deporte. Son dos extraordinarias jugadoras de pádel que, sin pretenderlo, nos enseñan un camino va más allá del 20×10. Transmiten siempre, en cualquier escenario, una mirada serena pero fuerte, valiente pero honesta, decidida pero respetuosa. No hay circunstancia que altere su manera de encarar las cosas, su fe, su identidad. Comparten entre ellas unos principios que pueden guiar el camino de cualquiera de nosotros pero hay que tener arrestos para mantenerse fieles a ellos en cada momento. Ahí es donde fallamos.
En el tie break de la semifinal, con match ball a favor de Patty y Eli, el resto de Llaguno (parece que) se le va por un pelo. ¿Cómo hubiéramos reaccionado? ¿Acaso no hubiéramos pedido la comprobación de esa bola dudosa? Patty y Eli no discutieron la decisión de la juez-árbitro. Ni siquiera pidieron la revisión en video. Como no lo hicieron instantes antes con otra pelota crítica que Amatriain cantó mala pero que su compañera señaló como buena.
En ambos casos, lo dejaron correr y miraron hacia adelante. Metáfora de vida. Se prepararon, se conjuraron y, sin un reproche o mal gesto, fueron a por el siguiente punto. Y luego a por el otro. Y a por el otro. Así hasta el final. Y ni entonces cayeron. El marcador cuenta que perdieron pero es el único que lo hace. Para el resto de nosotros, (nos) ganaron. Otra vez.
Una travesía que anuncia su fin
No importa que, al final, no consiguieran el resultado por el que peleaban, aquello que vienen buscando desde hace tiempo. La última final de Patty y Eli es de agosto de 2018 (la perdieron ante las gemelas Sánchez Alayeto en Mijas). Su último título se remonta a 2016 (cuando ganaron el Master de Barcelona).
Este año empezaron mal en Marbella pero vienen creciendo. Siempre lo hacen. En Logroño y en Alicante ya se quedaron a las puertas de la final. Oportunidad perdida. Igual que aquí en Vigo, sólo que, en esta ocasión, además de pelear por un título para recompensar una apuesta deportiva, podían conmemorar a lo grande todo un proyecto de vida (celebraban su aniversario de boda). No pudieron conseguir ese resultado pero, a cambio, obtuvieron algo más importante y duradero aunque ni lo buscasen: el reconocimiento.
Ellas fueron las primeras números uno que tuvo World Padel Tour (2013). Pero su juego, poco a poco, pareció perder cierta vigencia ante el empuje arrebatador del nuevo pádel femenino que emergía, vigoroso, agresivo, que desdeña la pausa y apuesta por el vértigo.
Sí, por momentos, pareció que perdían el paso pero nunca la fe. Y tinieblas encontraron en su camino para haber sucumbido. Pero ésta es, no obstante, una de las grandes lecciones que nos regala esta pareja.
Hoy, la progresión de Llaguno y Amatriain es claramente ascendente. Puede que no ganen un título o, incluso que no jueguen una final (mi apuesta es que lo harán en breve). Pero no importa. Su triunfo está en el camino. Como el nuestro.
Detrás de todo ello hay un ejercicio de confianza y valentía. De la mano de Neki Berwig, han aprendido a renovar su juego, han roto muchos de sus esquemas individuales y, también, colectivos; y han avanzado hacia zonas llenas de incertidumbre en las que nunca han estado perdidas. Siempre reconocibles.
No toca esta vez el análisis táctico de esta dupla. Si Eli es un coloso en la red pese a su falta de centímetros o si Patty se atreve a salirse del esquema para dar rienda suelta a un talento difícilmente comparable. Son cuestiones para otra reflexión. Lo importante, lo principal es que ayer, hoy y mañana, cada vez que caen, se levantan; cuando pierden, no buscan excusas; cuando ganan, dan las gracias; cuando fallan, sonríen; cuando aciertan, comparten. Porque ellas son Patty y Eli. Y yo sueño con ser como ellas aunque no me alcance la voluntad ni el coraje. Y tú, seguro que también.
Totalmente de acuerdo, no hay otras jugadoras como ellas, con esa actitud en la pista, siempre con un buen gesto… cuánto por aprender!!!!!
Gracias por el lujo de poder veros jugar!!!!!
Así es, Meli. Son ejemplares, la verdad. Gracias por leer el artículo y compartir tu opinión.