Sí, perdieron la final en Menorca. Habían ganado algunos Challenger pero ésta, después de siete intentos, era su primera final en un torneo grande de World Padel Tour. Se quedaron sin el trofeo pero su más preciado título lo mantienen bien a salvo: la admiración de la grada.
Se dice de ellos que están pero que no hacen ruido. Su pádel habla por los dos y les explica bien sobre la moqueta. Pero no se trata sólo de su juego. Es su actitud, su comportamiento, su ejemplo lo que define su verdadera dimensión.
Javi y Uri: el espejo de la normalidad
Son Javi Ruiz y Uri Botello. El suyo es el triunfo de la sencillez, el espejo de la normalidad. Son deportistas a los que no medimos únicamente por un resultado. Les admiramos también por lo que son, por cómo son, por lo que representan. Algo parecido a lo que ocurre con Patty y Eli. Generan tal adhesión que sus triunfos y sus derrotas son, en parte, nuestros.
Por eso, cuando a Uri le brotaron las lágrimas al conseguir el pase a la final en Menorca, aquella emoción no era sólo suya. Cuando a Javi se le quebró la voz al hablar de la presencia de sus padres en el torneo; ese nudo nos apretaba también a todos sin conocer siquiera a sus progenitores.
Porque, de alguna forma, Javi y Uri son nuestra pareja. Son de los nuestros.
Cada cual puede tener sus favoritos en cada torneo. Hay quienes se agitan con cada vuelo de Paquito y Lebrón. A otros les pone la contundencia de Galán y Lima. Están los que no renuncian a los números uno y también quienes se mantienen fieles a Bela en su aventura ahora con el joven Tapia. El carisma de Lamperti, la entrega de The Warrior, o la magia imposible de Juan Martín. Cada uno tiene sus preferencias. Pero todos, o casi todos, compartimos un deseo: que les vaya bien a Javi y Uri. Siempre.
Hasta ahora no entraban en las quinielas para lo máximo pero algo ha cambiado en Menorca. Han cruzado un umbral que puede ser definitivo. Por primera vez, han peleado por un título grande. Ahora les queda lo más difícil: dar el paso que separa a los aspirantes de los campeones. Ése es un abismo que ha engullido a infinidad de deportistas; sólo unos pocos son capaces de cruzarlo. Pero, viendo la trayectoria de estos, no cabe duda de que lo harán; o al menos, lo intentarán con todo.
Y sí, ahí estaremos muchos para vivir con orgullo su esfuerzo.
Un crecimiento imparable
A mediados de 2017, unieron sus caminos. Uri venía de pelear junto a Fernando Poggi. Javi, en cambio, formaba junto a Peter Alonso-Martínez. Decidieron iniciar aquel proyecto que, desde entonces, les ha catapultado siempre hacia arriba.
Debutaron con victoria en el Open de Alicante ante Nacho Gadea y Germán Tamame (6-3 y 6-3). Después, perderían en octavos ante Lamperti y Mieres. Era su segundo partido juntos pero obligarían a los favoritos, pareja 4 del ranking, a ir al tercer set (6-4, 3-6 y 6-3). Toda una declaración de intenciones.
Aquella primera temporada, con esa repentina unión a cuatro meses del final, les sirvió para comprobar la estabilidad de su incipiente proyecto. Terminaron jugando muy bien los últimos torneos del año, un aviso de lo que estaba por venir. Y era mucho.
En 2018, continuaron su progresión. Ganaron dos Challanger y se asomaron cuatro veces a las semifinales de las pruebas grandes. Aquello les valió para finalizar el año en la última plaza del Top 8 y tener plaza directa en el Master Final. Aparecieron, así, en el radar de una grada que saludó su ascensión.
Esta presente temporada era crucial para sus aspiraciones. Se presentaba como el termómetro definitivo de la pareja: ¿seguiría mirando hacia arriba o habían tocado techo?
El desafío era excitante pero el inicio de curso fue complicado.
En el torneo inaugural, el Master de Marbella, Javi tuvo que retirarse en el segundo juego de su partido de cuartos de final por unas molestias en la espalda. Tras ello, encajaron tres torneos consecutivos perdiendo en octavos. Surgieron dudas pero no cedieron ante ellas.
Fue a partir de Buenos Aires cuando la pareja comenzó a recuperar sensaciones. En Argentina perdieron en tres sets ante Galán y Mieres, campeones del torneo a la postre. Y en Valladolid alcanzaron su primera semifinal (la perdieron ante Paquito y Lebrón, vencedores del torneo).
En los últimos dos años acumulan ya ocho presencias en el penúltimo peldaño de la competición WPT. Y a ello, le añaden ahora su primera gran final.
El crecimiento de su nivel de juego les ha situado ya en la 5ª plaza del ranking del circuito profesional de pádel.
Ni Paquito y Lebrón, ni Silingo y Allemandi, ni Bela y Tapia, ni Chingotto y Tello. Ellos son los únicos que han derrotado a Alejandro Galán y Pablo Lima desde que se unieron como pareja esta temporada. Y lo han hecho en dos ocasiones.
Es el último nivel del juego. El ejemplo perfecto de esas batallas para las que Javi y Uri demuestran estar preparados. Ya están ahí.
El éxito de una alianza
Puede sonar a tópico pero sigue siendo la realidad. El éxito de la pareja que forman Uri y Javi es que encuentran en el otro aquello que necesitan. Complementariedad. Y también, reciprocidad.
Ambos son jugadores de perfiles diferentes pero comparten un mismo rasgo: la sencillez. Huyen de los arabescos en su juego, prefieren la eficiencia y desdeñan el adorno.
A partir de ahí, en torno a una infatigable capacidad de trabajo, han dado forma a una solidez asfixiante para sus rivales.
Javier Ruiz juega hoy en el revés como hace cuatro años se desplegaba desde la derecha junto a Peli Espejo. En ambos lados, se desempeña con la misma fiabilidad.
Firme en su juego de fondo, intenso en sus voleas y poderoso con el remate. El granadino, de 32 años, es quien lidera la ofensiva. Su consistencia en la red le permite ganar metros y achicarle espacios al rival que sea (Galán ha sufrido una tortura en sus dos últimos partidos ante él). Es un valor seguro.
Uri Botello, por su parte, es todo un agitador desde la derecha. Se trata de un fajador incansable que vive colgado de su afilada bandeja. Eléctrico en sus transiciones, este melillense de 31 años exhibe una formidable capacidad defensiva y se descuelga con mucho peligro en la red.
Ambos miran este deporte desde el mismo sitio, la humildad; y los dos han sabido resurgir más fuertes de sus dudas.
Dos episodios vitales les definen
Javi huyó de las exigencias de la competición profesional para… acabar cayendo en ella. El granadino fue una promesa del tenis español. Llegó a ganar el título nacional en alevín y en infantil pero no soportó la distancia cuando se trasladó a un Centro de Alto Rendimiento en Barcelona. Dejó la raqueta y regresó a Granada, su espacio en el mundo.
Allí tuvo lugar su aterrizaje en el pádel, y por casualidad. Comenzó en 2012 a competir por diversión, en principio, en torneos locales; se adentró, después, en las pruebas regionales y, desde ahí, su facilidad para competir le catapultó hacia el pádel profesional.
Uri, en cambio, es producto de la cantera española de este deporte. Se inició en 1999 con apenas 11 años de edad y ha ido cumpliendo etapas. En 2016, sin embargo, su carrera como jugador profesional pudo llegar a su fin. Estuvo a punto de abandonar porque no veía la progresión que quería.
Estos dos episodios, en verdad, definen bien a estos jugadores. Javi y su capacidad para competir. Uri y su extrema exigencia. Ambas se retroalimentan en una pareja de actitud ejemplar. Con los otros y con ellos mismos.
Botello se ha visto señalado durante su carrera como un jugador de trazo irregular, de perfil ciclotímico, tan capaz de elevar su juego en instantes sublimes como de despeñarlo en desesperantes rachas de errores. Por momentos, Uri no cometía fallos, los acumulaba. El problema no era el error en sí sino la gestión que hacía de él. Todavía, el bravo jugador de Melilla se tortura ante cada equivocación propia. Su gestualidad desvela, en ocasiones, ese particular vía crucis.
Sin embargo, hoy es un jugador diferente. Ha madurado sobre la moqueta y fuera de ella. Y ahí encuentra la brújula que le marca la salida de sus tinieblas sin necesidad de despeñarse. Cuenta, además, con el sostén competitivo de Javi y, sobre todo, con la actitud cómplice del granadino. El empeño permanente de este por elevar los aciertos de Uri dentro y fuera de la pista es notorio.
Javi se desvive por elogiar a su compañero. A cambio, el melillense le entrega el alma en cada bola mientras su pádel, liberado de grilletes, crece de manera exponencial. Su exigencia guía también el pulso del de Granada.
Juntos han sido capaces de multiplicar sus prestaciones hasta convertirse en una pareja temible por los rivales, admirables por todos.
Ejemplares y auténticos
Su progresión es, para la grada, para nosotros, algo que esperamos. El suyo es un relato épico de esfuerzo y superación que vivimos episodio a episodio. Son dos de los nuestros abriéndose paso en tierra de gigantes. Es su normalidad lo que facilita nuestra identificación con ellos aunque el talento de que disponen establece un abismo de separación con nosotros. Aún así, nos reconocemos en Javi y Uri.
En las semifinales del torneo de Menorca, uno de sus rivales sufrió una torcedura accidental en el tobillo cuando disputaba la penúltima bola de partido. Remató Franco Stupaczuk y Uri despedazó la pelota por tres metros en la red. El argentino, en su retroceso, se dañó su articulación al pisar la unión del cristal de fondo y la moqueta.
No importó el momento crucial del partido. La reacción de Javi y Uri fue inmediata, natural. Cruzaron al otro campo y asistieron al jugador. La escena acabó con los dos españoles llevando en brazos fuera de la pista a su adversario.
Es una estampa que nos explica quiénes son con más claridad que cualquier título. Una imagen que nos reconforta, que nos reconcilia con lo mejor de cada uno de nosotros a través de lo mejor de ellos dos. Es la parte de verdad que hay en el deporte.
Es cierto. Esa respuesta la hubieran tenido más jugadores. Debe ser lo propio entre compañeros. Pero también lo es que otros, en ese momento del duelo (era match ball) ni siquiera hubieran caído en ello. Incluso, hay quien no se hubiera prestado y se hubiese centrado en el punto definitivo.
Uri y Javi sí lo hicieron. Sin dudarlo. Pero sabíamos que ocurriría. No era difícil de prever. Basta atender a los detalles durante cualquiera de sus partidos. A su comportamiento en la pista, su relación con los contrarios, con su entrenador, con ellos mismos. Son genuinos hasta cuando se equivocan.
Dicen que ellos no hacen ruido. Sí, se dedican a jugar al pádel como saben, como lo sienten, como son. Desde la autenticidad y la sencillez. En su espejo de normalidad, nos reflejamos todos. Los que empiezan y los que lo dejan. Los que juegan y los que no. Los que han nacido en un lado o en otro. Los que ondean banderas y los que las apartan para poder ver mejor.
Por todo esto, en efecto, Javi y Uri son de los nuestros. De todos. Y, sin duda, queremos que les siga yendo bien. Siempre.