De pronto, en ese abrazo se volvieron a unir algo más que dos mitades. Tendidas sobre la moqueta de la pista central del Pabellón Menorca, las gemelas Sánchez Alayeto no estaban celebrando un simple título. Era mucho más. En verdad, un reencuentro. Entre ellas y consigo mismas.
Las dos hermanas volvían a completarse y lo hacían tras superar cada una por separado dos desafíos de los que dejan huella. Dos experiencias transformadoras. Hoy vuelven a ser Las Atómikas pero ninguna de las dos jugadoras es la misma de antes.
Dos viajes transformadores
Han estado separadas más de media temporada. En ese tiempo, cada una de estas dos hermanas ha experimentado su propio viaje. Una sobre una camilla, la otra sobre la pista.
De vuelta a la competición juntas, las gemelas Sánchez Alayeto se han redefinido para intentar seguir gobernando el circuito profesional de pádel.
El calvario de Mapi y su coraje
¡Qué imagen la de Mapi Sánchez Alayeto tumbada sobre la moqueta! Habían pasado 241 días desde que salió, con más dudas que ilusiones, de aquel quirófano de la clínica CEMTRO de Madrid.
Y ahora allí estaba, ese domingo 13 de octubre, tendida en esa pista, ya campeona, con la mirada perdida en sus propias lágrimas mientras se tomaba su particular revancha contra la fatalidad.
Acababa de protagonizar un formidable ejercicio de resistencia en la final del Menorca Open con el que culminó una actuación encomiable en un torneo muy exigente. Fue diana preferente de todas sus rivales, que se afanaron en probar su estado. Y aún limitada, la jugadora dio la cara desde la primera ronda.
Su esfuerzo fue tan conmovedor que pareció convertir su reciente pesadilla en un lejano recuerdo. Nada más lejos de la realidad. Su heroico ejercicio de pádel no debe llevar a engaño: lo que hizo Mapi no es nada ordinario.
Porque, durante su convalecencia, la jugadora ha vivido un calvario. Al doloroso y lento proceso de recuperación le añadió un contratiempo inesperado: unas adherencias en su articulación complicaron mucho la rehabilitación.
El revés multiplicó sus incógnitas hasta el punto de que hubo momentos en que pensó que no podría volver a competir. El bajón era terrible. Después de haberse adentrado en aquel túnel quirúrgico buscando la luz final de su dolencia; por momentos, parecía no haber ni rastro de ella, como si no hubiera salida de aquel infierno que empezó en 2018.
Mapi completó el tramo final de la temporada pasada con fuertes dolores en su maltrecho hombro derecho. Fue en el Open de Lugo cuando se hicieron evidentes los síntomas. La dolencia fue a más y en el siguiente torneo, en Portugal, pese a que lo ganaron, casi tuvo que retirarse. Aquella, por cierto, fue la última victoria de las gemelas hasta la del pasado Open de Menorca 2019.
Las molestias no remitían. Todo lo contrario. La jugadora tuvo la opción de parar entonces pero decidió forzar para terminar el año.
Sus rivales, Marrero y Salazar, en su mejor momento de forma tras la lesión de Ale, apretaban de lo lindo (de hecho, acabó siendo la pareja que más torneos ganó en el curso) y ponían en serio peligro el número 1 por el que tanto habían peleado.
Así que Mapi arriesgó, compitió con una notoria merma de la movilidad de su brazo y lo expuso a un daño mayor. La aragonesa renunció al remate en los últimos torneos y cambió, incluso, un golpe tan reconocible como su afilada víbora. Todo ello trató de suplirlo con coraje, muchas piernas y la multiplicación de su hermana sobre la moqueta.
Al final, aunque no volvieron a ganar ningún título, consiguieron sostener el trono por muy poco. El peaje, sin embargo, fue elevado.
Tras el Master Final, la aragonesa quiso aprovechar el periodo vacacional para recuperarse y apostó por un tratamiento conservador. No sirvió. La intervención quirúrgica se convirtió en la única opción para reparar la rotura del tendón subescapular que sufría. Si seguía jugando, ponía en serio peligro su carrera deportiva.
Mapi entró en el quirófano a 32 días de que empezara la temporada 2019 con el propósito de enterrar definitivamente aquel mal. Pero lo más duro aún estaba por llegar.
Empezó entonces un periplo incierto. Ocho meses de sacrificio, dolor, mucho dolor; ansiedad, frustración, desesperación,… Aquello comenzó como la lucha de una número uno apartada de su trono sin jugar y acabó convirtiéndose en el sufrimiento de una deportista despojada de su vida.
Luchó por volver, mucho; y, al final, lo hizo.
Por eso, tumbada en aquella moqueta, aquel desparrame de emociones tras la conquista del título en Menorca no era tanto por el triunfo en sí sino por la posibilidad de pelear por él. Había ganado a Las AS, antes a Paulita y La Portu, y antes a Las Martas. Pero su verdadera victoria, en aquel instante, era contra la adversidad que le había negado el camino.
Por eso, en aquel momento, la escena era suya por derecho propio.
La búsqueda de Majo y su identidad
A diferencia de Mapi, su hermana sí había podido competir durante siete meses. Lo hizo junto a la joven Delfi Brea, una veinteañera que, de pronto, un día se despertó con obligaciones que antes apenas eran sueños.
Sin embargo, en este periodo, Majo, en la pista, también ha tenido que afrontar su particular vía crucis. Lo suyo no ha sido una simple espera. La jugadora se vio obligada a hacer frente a una situación a la que nunca se había enfrentado, un desafío de los que te sitúan frente al espejo y zarandean tu propia esencia.
Las gemelas siempre habían competido juntas desde su inicio en el pádel en 2009. Sólo unos esporádicos escarceos con selecciones y equipos les han permitido foguearse por separado. Pero, para lo sustancial, se han tenido siempre al lado con todo lo que ello implica.
Lo de Las Atómikas no es sólo un asunto del tiempo que llevan jugando juntas. Su acoplamiento, sus automatismos, su forma de ver el pádel, su complicidad, trasciende el deporte. Es una cuestión de genética.
La identidad de ambas en el pádel se ha definido en torno a la pareja. Cada una con sus propios matices, se reconocen en la pareja. Son las gemelas Alayeto. Por separado, en cambio, no había rastro de ellas. Eran dos desconocidas… hasta ahora.
De este forma, Majo afrontó los siete meses sin su hermana con la misión de buscarse en la pista, de comprobar quién era por sí sola, fuera de la pareja.
Y no ha sido un tránsito nada sencillo. La jugadora aragonesa ha librado una batalla constante entre lo que era y lo que debía ser. Le añadía complejidad al desafío el hecho de que su hoja de ruta era hecha a medida: su permanente vocación ofensiva, sus transiciones eléctricas, sus movimientos de cobertura, su intenso juego en la red, su poderío con el remate…
Todo aquello era imposible de replicar sin su gemela al lado. Así que, desde el laboratorio de Jorge Martínez, manipularon la fórmula para adaptarla a las circunstancias. Hicieron mirar más hacia adelante a Delfi y más hacia atrás a Majo.
Aunque la lucha de la aragonesa era casi contra natura, su empeño fue tenaz. Se desplegó dispuesta a abarcar más pista de lo habitual en auxilio de una compañera sobrexigida siempre, asumió el peso de la definición, se impuso frenar sus arrebatos hacia la red para acoplarlos al timing de Delfi. No siempre lo consiguió. Acertó, se precipitó y falló más de lo habitual. Pero aceptó la carga y no dejó de intentarlo.
En efecto, se vio obligada a jugar diferente y, también, a ser diferente. Majo, de temperamento fuerte sobre la moqueta, canalizó su ímpetu hacia el juego y se esforzó por ser paciente con su compañera, por tratar de liberarla de cualquier presión; consciente de que la joven argentina afrontaba un reto monumental a su lado. No fue fácil. No siempre pudo cumplirlo. Los resultados burlaban el esfuerzo de la gemela.
Sin su hermana al lado, Majo, además, perdió el número uno y también el halo intimidante que se habían ganado en la pista; ese factor intangible que advertía de la amenaza a sus rivales antes de empezar cualquier encuentro.
Acostumbrada a pelear por los títulos (y a ganarlos) desde 2013, la jugadora maña, de pronto, se vio obligada a afrontar un nuevo escenario en el que los trofeos se convirtieron en quimeras; las finales, en sueños y, los cuartos y las semis, en campos de batalla.
De un día a otro, dejó de ser favorita y se tornó, de nuevo, en meritoria. Todo un aprendizaje para quien había gobernado el pádel profesional, junto a su hermana, en la era World Padel Tour (en 4 de las 7 temporadas han terminado como números uno).
Las complicaciones en la recuperación de Mapi prolongaron aún más esta travesía por el desierto de Majo. En todo ese tiempo, no consiguió ganar ningún título y sólo alcanzó una final. Pero el valor de esa experiencia no lo miden los resultados. Al menos, no los de entonces.
En Menorca, de vuelta de su odisea, Majo mostró su nuevo rostro.
La resiliencia de las gemelas Atómikas
En realidad, las dos hermanas han regresado cambiadas de sus respectivos periplos. Más que una mutación radical es una evolución provocada por sus respectivas experiencias. Un fabuloso ejercicio de resiliencia. No ha sido el único. Ya lo han mostrado en alguna otra ocasión aunque nunca en un episodio como el actual.
Mapi lo ha pasado mal pero ha vuelto reforzada. Aún presenta limitaciones, juega con dolor y no dispone de su repertorio al completo. Pero todo ello lo suplió en Menorca con una capacidad de resistencia admirable.
En su tercer torneo del curso, con sólo 5 partidos oficiales disputados este año (reapareció junto a su gemela en Madrid), hizo frente a una notoria sobrecarga de juego que sus adversarias, todas, le dirigieron para comprobar su estado. Lo hizo, además, desde la primera ronda (porque se han visto desplazadas en el ranking) y con unas condiciones que no le beneficiaban: la humedad hacía que la pelota estuviera más pesada de lo habitual y exigía más esfuerzo al ejecutar cada golpe para lograr aceleración.
Mapi cometió errores pero no se despeñó nunca. El mero hecho de volver a competir pesó más que cualquier merma. Fue su mayor motivación, el motor de un despliegue heroico que le catapultó a su primer título de 2019. Fue elegida MVP de la final.
Sin embargo, la figura del torneo fue, con seguridad, Majo Sánchez Alayeto. De principio a fin.
Abarcó mucha pista, compensó algunas de las carencias que todavía presenta su hermana y se mostró decisiva en los instantes clave. Majo no se precipitó. Jugó con mucha inteligencia, fue paciente cuando tuvo que serlo y, determinante cuando encontró la ocasión.
Su sensacional actuación en el triunfo que lograron ante Las Martas en cuartos de final define bien su desempeño durante el torneo.
Durante meses, Majo ha venido peleando en un escenario que le era desconocido por completo. Sin su hermana al lado, la jugadora se encontró con mucha moqueta por cubrir, con la responsabilidad de ser definitiva, con la necesidad de asumir que su compañera necesitaba otro ritmo. Pasó de dominar casi siempre a ser dominada mucho tiempo.
Le costó asimilarlo. Se mostró incómoda en muchos momentos, precipitada en otros. Pero nada de aquel esfuerzo fue en vano. El regreso de su hermana parece haber tenido un efecto catalizador con todo lo aprendido. La presencia de Mapi le ha dado a Majo la referencia perdida y le ha permitido poner en orden todo lo vivido. Ahora sí, en su hábitat, Majo ha metabolizado con éxito todo aquel aprendizaje extraído durante su viaje en solitario (sin su gemela) y lo ha incorporado a un repertorio que ya de por sí era intimidante.
En verdad, lo han hecho ambas. Como si cada una, por separado, hubiese redefinido su identidad (deportiva) durante sus respectivos caminos y ahora, al volver a formarse como pareja, le añadieran una nueva dimensión a la unidad.
No es la primera vez que las gemelas Atómikas dan un salto evolutivo a su juego. No les queda otra teniendo en cuenta que es la única dupla que permanece unida desde que se iniciaron en este deporte.
En 2016 se vieron superadas por Alejandra Salazar y Marta Marrero que les arrebataron el trono del pádel mundial por primera vez desde que lo ocuparon en 2014. Las hermanas, entonces, reforzaron su idea de juego con algunas novedades y recuperaron su lugar. Así lograron volver a reinar durante dos temporadas consecutivas.
Ahora, en este 2019, de nuevo desplazadas del liderato, toca remontada. Mapi llora, Majo sonríe. Ambas aceptan el desafío. Cada una, de regreso de su propia epopeya, se prepara para intentarlo. Las gemelas Atómikas han vuelto.