Hay poesía en Las Martas. Sí. Puede que nos resulte difícil de apreciar por ese juego rocoso, asfixiante, de estilo metalúrgico, casi indestructible. Seguramente situemos su pádel lejos de conceptos como la inspiración, la belleza o el arte. Pero nada más lejos de la realidad. Las Reinas de World Padel Tour 2019 están conectadas con sus propios númenes.
Esta revelación no la extraemos de su juego, aún somos demasiado ignorantes. Nos la cuentan mejor sus emociones, la única manera de que podamos percatarnos de lo evidente.
Una ligera apertura emocional desde el trono
Hasta ahora, no nos habían dejado asomarnos a su interior. No habían mostrado fisura alguna en esa coraza hermética que las situaba a salvo de cualquier vaivén del ánimo. Al menos, de cara a nosotros, los que miramos sin comprender.
Las hemos estado contemplando con admiración pero le echábamos en falta emoción. No es que no la tuvieran; simplemente, no alcanzábamos a descubrirla.
En sus conquistas, en sus victorias, si acaso, en alguno de los puntos ganados; siempre esperábamos un destape público de sentimientos que no llegaba a producirse. Es cierto, otras parejas parecían transmitir mucho más hacia afuera. En ellas, en cambio, las reacciones tenían un cierto aire funcionarial. Como si finalizar un punto por tres metros, ganar un partido a tres sets o levantar un título fuese parte de una obligación aceptada. Como si no tuvieran tiempo que perder y aquello no fuera un logro sino un simple paso en su trayecto.
No era más que un simple espejismo fruto de la máxima exigencia que se imponen. Ahora lo hemos comprendido. Su triunfo el pasado fin de semana en el Open de Córdoba provocó una ligera apertura emocional de estas jugadoras, lo suficiente para que pudiéramos ver más allá del escudo.
Justo el día en que alcanzaron su objetivo, una vez asegurado el trono del pádel femenino en este 2019, las más fuertes se dieron un respiro y se quebraron unos instantes. Ahí nos permitieron ver más allá de su palmarés: su alegría, su liberación, su sufrimiento; en verdad, su humanidad.
Esas lágrimas de Martita, la sonrisa desbordada de Marrero, esas palabras susurradas, ese abrazo en la pista tras la final que, ahora sí, duró más que todos los anteriores del año,… Fueron varios los detalles que nos explicaron que, esta vez, todo era distinto (o lo veíamos así) en una pareja que ha levantado siete trofeos en el curso, más que nadie.
La joven madrileña fue la que causó la caída involuntaria del blindaje y situó bajo los focos las cicatrices del tremendo sacrificio realizado durante el presente ejercicio. Porque, en efecto, no debemos olvidarlo: no hay gloria sin sufrimiento.
Marrero, emocionada, fue capaz de mantener algo el tipo; su compañera, en cambio, esta vez no pudo. Vimos cómo las lágrimas derrotaron a Ortega, al fin, para desmentir la naturaleza cibernética de la pareja.
Y es que, durante todo el año, las números uno se han manejado en la pista con la persistencia de dos autómatas, como si hubieran sido programadas para ello.
Un camino difícil desde el principio
Desde aquel primer partido en Marbella hasta el último, la final de Córdoba, su despliegue ha sido demoledor pero, aunque no se hayan permitido mostrarlo, el camino no ha sido sencillo. Todo lo contrario.
Lo suyo ha sido, en verdad, una remontada porque antes de empezar la temporada, era como si ya hubiesen perdido la batalla.
De cara a 2019, las dos jugadoras se habían separado de sus respectivas compañeras del año anterior que, por su lado, habían decidido formar equipo. Alejandra Salazar y Ariana Sánchez se unían en lo que se antojaba como una dupla de posibilidades infinitas. Eran las dos mitades más creativas de las alianzas que rompían, dos jugadoras de mil recursos lideradas por esa madrileña de sonrisa angelical y derecha diabólica, toda una reina del pádel que, además, regresaba de una desgraciada lesión. El relato parecía pertenecerles.
El proyecto que formaban Ortega y Marrero, en cambio, se antojaba una unión algo redundante. Como si estas dos fajadoras persistentes, sin licencia casi para aventuras en la pista, sólo estuvieran diseñadas para lo mismo: el tajo.
De esta forma, sin que la pelota hubiese dado aún ni un sólo bote, habían quien ya había elegido ganadoras en ese duelo impostado entre la magia y el trabajo. Y no eran precisamente Las Martas.
A ello se añadían, además, otras connotaciones. La ruptura entre las dos duplas había generado una tensión entre excompañeras que se hizo evidente en sus primeros enfrentamientos del año. Ambas parejas, por tanto, confrontaban estilos pero también razones. Peleaban por títulos mientras esperaban reforzar la validez de sus propios argumentos.
El riesgo de una fórmula a medida
Nueve meses después del envite, Marta Marrero y Marta Ortega son las indiscutibles triunfadoras de la temporada. No hay duda de ello. Su fórmula las ha llevado al éxito. Pero lo que no cuentan es que podía haberlas despeñado también. Porque, paradójicamente, esa ruta que tenían por delante entrañaba un riesgo atroz.
En el laboratorio de Juan Alday, con Carlos Pozzoni y el resto del equipo, diseñaron la propuesta de juego que mezclase bien el perfil de las dos jugadoras. Su plan estaba claro, otra cuestión era su desarrollo. La apuesta no iba a depender solo del acierto sino también de la intensidad. Y ello encerraba una enorme exigencia para sus rivales, sin duda, pero también para ellas mismas.
Porque el éxito de la receta les obligaba a estar físicamente siempre a punto, a mantener una disciplina táctica inquebrantable y a manejarse con una fe en el proyecto a prueba de bombas.
Con esta base, Marrero y Ortega se han llevado la mitad de los títulos en juego (7 de 14), se han impuesto en 7 de las 9 finales disputadas, han ganado 42 de los 49 partidos que han jugado y han derrotado a todas las Top-8 (excepto a las gemelas Sánchez Alayeto que han vencido en los dos enfrentamientos que han tenido desde la vuelta de Mapi).
El trono del ranking femenino de World Padel Tour les pertenece por méritos incuestionables. El mayor ha sido sostener con éxito ese modelo de juego que eran tan amenazante para sus adversarias como para ellas mismas.
La premisa era clara: nadie podía superarles en intensidad en la pista. De esta forma, sin respiro para sus contrarias, construirían el escenario más favorable para sus intereses, el caldo de cultivo ideal para imponerse a las más aguerridas y también a las de más repertorio.
Así, se impusieron a oponentes, a priori, con más tiros que ellas pero que cayeron porque no fueron capaces de mantener el acierto en mitad de la tempestad (así ocurrió con Las AS en varios partidos). A otras, en cambio, especialistas en resistir, las sometieron por asfixia al no poder igualar el ritmo infernal que generaban (para muestra la final del Córdoba Open).
No se trata de simplificar el caso al apartado físico. Lo que han logrado ha sido extremadamente complicado. Ha habido cuestiones específicas cruciales, como el paso al frente de Marrero o el crecimiento notable de Martita, pero la verdadera base de este enunciado ha sido una capacidad de sacrificio formidable y una condición física extraordinaria. Sobre ello, han desplegado el pádel que ha sometido a sus contrarias.
Un éxito colectivo y una reivindicación personal
La suya ha sido, sin duda, una gran victoria colectiva pero, al mismo tiempo, una reivindicación personal, un triunfo sobre sus demonios particulares.
Por mucha determinación y aplomo que hayan mostrado, por mucho hermetismo que se hayan impuesto; cada una ha tenido que lidiar con la ansiedad, la inquietud, con esas dudas iniciales, inconfesables, en torno al proyecto que afrontaban; desde dónde y cómo llegaban a él.
Marta Marrero se enfrentaba a un desafío que, por primera vez, la situaba en el centro de la escena. Aterrizada del tenis, su papel de meritoria se mantuvo, incluso, en su periplo junto a Alejandra Salazar, por más que alcanzasen la cima en 2016.
Ahora, cogía las riendas, lideraba el proyecto, el que había diseñado por sí misma, con el propósito de demostrar que su pádel tenía nombre propio. Lo ha conseguido con creces. Marta Marrero ha completado su transformación.
Para Marta Ortega se trataba de un salto decisivo. Con Lucía Sainz y con Ari Sánchez ya se había asomado al escaparate de las grandes para exhibir su potencial. Había jugado finales (incluso de un Master Final) y había llegado a ganar títulos. Pero todo ello eran incursiones puntuales, notables escarceos de la niña prodigio del pádel español que avanzaba en su progresión. Junto a Marrero, en cambio, tenía que pasar de la aspiración a la responsabilidad, del sueño a la obligación. De pronto, iba a formar parte de una dupla diseñada para pelear por cada título, para buscar el número 1. La presión iba a resultar aplastante y gran parte recaería sobre ella. Su gran prueba de fuego.
A sus 22 años, Martita se ha confirmado. Su temporada ha sido excepcional. Por edad, podía haber ejercido de suplemento de Marrero. No ha ocurrido así. Al contrario, su protagonismo en la mejor pareja del pádel femenino de este 2019 ha sido crucial hasta el punto de sostener el armazón táctico de la pareja en muchos momentos. Ha sido figura en muchos partidos, MVP en varias finales.
Así que, a falta del Master Final, la rúbrica a un año de ensueño, Marrero y Ortega ya han ganado su apuesta.
Y mucho de todo lo vivido afloró, aunque no quisieran, en el Open de Córdoba.
No fue un desnudo emocional, sino apenas un descuido, un desahogo. Pero duró lo suficiente para que, ahora sí, pudiéramos apreciarlo. Todo cobró sentido. Ahí, en ese instante, pudimos asomarnos y supimos reconocerlo: alegría, liberación, sacrificio, miedo, sufrimiento, talento… Sí, hay poesía en Las Martas.