En ese salto está su propia verdad. Toda una historia comprendida en unos pocos pasos. Con el público entregado, y tras haber saludado a su compañera y rivales, la malagueña Bea González se dedica un momento a sí misma. Coge carrera en dirección al fondo de pista y se eleva mientras lanza su puño derecho al viento.
Júbilo, sin duda. Pero no de rabia. De alegría, pero no de liberación. De satisfacción, pero no de alivio.
La jugadora, junto a su joven compañera Claudia Fernández, acaba de ganar el P1 de Málaga. Es otro título en su brillante carrera pero no es uno cualquiera. Para Beatriz González Fernández, es la primera vez que se corona en su tierra, ante su gente. Le ha costado.
A sus 23 años (cumple el siguiente en noviembre), Beíta suma ya nueve temporadas desde su primera incursión en el pádel profesional. Su primer gran título llegó en 2020 y tuvo como escenario a la capital de España. Se convirtió en la más joven en ganar un Open (del circuito World Padel Tour).
Desde entonces, han llegado muchos más. Ha ganado dentro y fuera de España. Le ha puesto firma a todo un Master Final, el último de la era World Padel Tour. Ha peleado por la cima del ranking. Ha conquistado entorchados mundiales con la selección.
Pero Málaga, su Málaga, no la había visto tocar cumbre en ninguna de las paradas del pelotón del pádel mundial. Ayer, al fin, lo hizo.
De aquellas tardes en el club Miraflores a ese salto en la central del Martín Carpena, una historia llena de sinsabores y alegrías. Aprendizaje.
Sus adversarias han ido cambiando, pero el rival más temido en la carrera de Bea se ha mantenido siempre constante: las expectativas. Su meteórica evolución en el deporte de la pala le situado siempre en la diana como una elegida para lo máximo. Ganar. Partidos, torneos, títulos, el número uno. Como si la ascensión no costase. Como si fuese una profecía inalterable.
“Esta foto va a valer mucho porque pronto vas a llegar muy lejos”, apuntó un fan que interrumpió una entrevista con la jugadora un día de agosto de 2018. Tenía apenas 16 años. Beíta, natural, espontánea, no alteró su discurso. Nunca lo ha hecho.
Desde pequeña, su familia, Antonio (Toni), su padre, Beatriz, su madre, han tratado se mantener a raya el posible impacto de todos esos disparatados vaticinios. Una de las mejores formas fue aprendiendo a perder antes que a ganar.
En Menores, Bea jugó muchos torneos en categorías superiores a las que les correspondía por edad. En aquel tránsito, las derrotas eran su mejor aliado contra las perniciosas predicciones, los vaticinios inútiles, y las alabanzas perjudiciales.
Ni en las escasas entrevistas que concedía, cuando rara vez aceptaba, se permitía un respiro en esa pugna constante que hasta hace poco mantenía. Bea siempre ha tenido ganas, nunca prisa. Ayer, tras ganar al fin en Málaga, no habló de presión, ni de alivio, ni de ranking, no se dejó llevar por la euforia, no sucumbió a la insistencia de los medios. Con naturalidad, se mostró alegre, habló del trabajo hecho, y subrayó la alegría que le supone poder competir sana, sin lesiones, y cómo, incluso, disfruta de los partidos, aunque sean derrotas, si está bien. 23 años. Toda una vida.
Hoy parece a salvo del ruido. Al menos, está bien protegida. Ha derrotado a la impostura. La humildad autocultivada desde la cuna le han guiado en un camino que, con tanto foco nuevo, ha ido deslumbrando a algunos/as. No a esta malagueña que, por si acaso, tiene a su disposición lecciones impagables a modo de recordatorio: en el pádel, la historia se escribe con la pelota. Sin injerencias externas.
Por ello, la jugadora no conocía hasta hoy lo que era ganar un título en su tierra. Las rivales se han ocupado siempre de apuntar que la gloria se conquista, no se promete. En ese itinerario, Beíta ha sufrido derrotas de todo tipo. Todas valiosas. Aquella, por ejemplo, en Mijas junto a Elena Ramírez, cuando, los nervios de la precocidad y las ganas de exhibirse en casa, le hicieron desbarrar en la rampa de salida.
O esa otra, en 2018, en semifinales también en Mijas, en las que cayeron ante Patty y Eli, en el cuarto partido consecutivo que disputaban a tres sets en aquel torneo.
O, más reciente, la lesión que le impidió disputar la semifinales el pasado año en el Carpena, y que ha lastrado su desempeño hasta no hace tanto.
Muescas todas ellas que se imponen al relato fácil. Ayer, al fin, Bea ganó en Málaga. Pudo no haber ocurrido nunca. Sucedió porque así lo dictó la pelota, no la palabra. No había ninguna deuda pendiente, sino una bonita oportunidad que terminó por materializarse. Mucha alegría.
El salto de la jugadora, con el puño en alto, celebró lo conseguido, lo vivido, lo aprendido. Un gesto natural y espontáneo. Su mirada apunta ya al siguiente partido. Nada más. Así escribe su historia Beatriz González Fernández.

Foto: Premier Padel.