Milán asistió ayer a la enésima salida de tono de Juan Lebrón. Durante la semifinal que le enfrentaba a los números uno, el jugador andaluz recibió un pelotazo en la cara por un remate de Agustín Tapia. Evidentemente, la acción fue fortuita. No hubo intencionalidad.
Pero Lebrón, sin freno, inició su desvarío; primero, con golpes de su pala a la malla; después, dirigió su atención contra el juez de silla por haberle penalizado con un warning. “¿Un warning? Me has puesto un warning? Me cago en mi puta madre. ¿Me has puesto un warning? La concha de tu madre, vete a tomar por culo”, le espetó el gaditano al juez de silla que cantó una segunda advertencia y le hizo perder un punto. Lebrón continuó con su despropósito. Se encaró con el trencilla e, incluso, llegó a golpearle varias veces en el brazo. No ocurrió nada más. El jugador, una vez más, salió indemne y su actitud, impune.
Antes de continuar la reflexión, un aviso que te ahorarrá tiempo. Si eres de los que justificas estos comportamientos por las pulsaciones, la tensión, el pelotazo o lo que sea; esta no es tu ventanilla. Lebrón es un prodigio como jugador, poseedor de un talento casi incomparable y un físico portentoso; pero, al mismo tiempo, ha dado muestras de sobra de ir falto de educación, de ser irrespetuoso (con compañeros, rivales, público y jueces árbitro), y de adolecer de un mínimo de gestión emocional. Este es un aspecto necesario para cualquier deportista profesional que se trabaja como los demás; cuestión distinta es si el jugador lo hace, si quiere hacerlo y qué resultados consigue. Por lo visto, no demasiados.
En cualquier caso, lo ocurrido ayer va más allá de Lebrón; en realidad, apunta al modelo Premier Padel, en el que el deporte queda en segundo plano.
Lebrón desafía los límites
La secuencia de los hechos tuvo a dos protagonistas. Uno de ellos se manejó con la libertad que da el saberse respaldado; el otro se contuvo consciente de que no podía ir más allá. El primero es el jugador; el segundo es el juez árbitro. Debía ser al contrario pero en Premier Padel funciona al revés.
Ayer, el andaluz volvió a desafiar la (escasa) autoridad arbitral. No era difícil. Ese pulso lo tenía ganado desde hace tiempo.
En Doha, durante el Major de Catar del pasado año, Juan Lebrón protagonizó un incidente con Yanguas y también con Juani Mieres. Acabó metiendo en el lío a la juez de silla a la que menospreció de forma notoria tras pitarle un falta de pie en un servicio. “¿Es falta de pie? ¿Qué me estás contando? Vete a tomar por saco. ¿En serio me lo estás diciendo? Si no has arbitrado nunca. No sabes lo que es una falta de pie ni nada”. La juez árbitro no se atrevió a amonestarle.
En ese partido, Lebrón se encaró con Yanguas, al que lanzó un pelotazo; también tuvo un encontronazo con el entrenador rival, Juani Mieres. No importó. El gaditano pudo acabar el partido sin problemas.
La juez de silla, entonces, no se atrevió a aplicar el reglamento. Hizo bien. Horas después del episodio, su jefe, el presidente de la Federación Internacional de Pádel, Luigi Carraro; hoy también vicepresidente de Premier Padel, exculpó al jugador. No hizo falta ni el informe arbitral. “Cuando los deportistas están luchando por ganar 2000 puntos es normal que el deportista tenga tensión”, excusó el dirigente italiano que elevó el burdo argumento a la categoría de pliego de descargo de presente y de futuro. De fondo, sin embargo, Carraro deslizaba el mensaje más importante.

Una semana después; Lebrón volvió a enfrentarse a Yanguas en el P1 de Acapulco. Al finalizar el partido, se quitó la camiseta y se la exhibió en la cara al granadino durante el saludo final en la red. La afrenta simbolizó la victoria de Lebrón. No solo ante Yanguas, del que se cobró la revancha de la derrota sufrida en Doha; sino también ante el estamento arbitral, claro perdedor en el pulso que les había librado.
Meses después, en el Major de París; el del El Puerto de Santa María confirmó su posición de privilegio. Un osado juez de silla se atrevió a pitarle una falta de pie en un saque lo que provocó la cólera del jugador. Lebrón estalló, pidió explicaciones de forma airada, llamó al supervisor del torneo y golpeó la silla del juez árbitro en dos ocasiones. Recibió solo un warning. La revisión de video ratificó la decisión arbitral. Pero la batalla de Lebrón era otra: “sinvergüenza” le dijo al juez de silla en varias ocasiones. Incluso, según Relevo, llegó a decirle “tonto” y a afirmar que “este no se entera de nada”.
El árbitro no actuó ante el desaire. Recordó de qué lado está la FIP, rumió aquellas palabras de Carraro y se tragó el reglamento. Lebrón acabó aquel partido.
Ayer Juan Lebrón sabía que podía cruzar el límite porque el juez de silla no se iba a atrever a descalificarle, por más motivos que diera para ello. El pelotazo que había recibido de su oponente había sido involuntario; así que descargó su ofuscación en otra dirección. El claro warning que le señaló el árbitro por sus reiterados golpes a la malla le sirvieron para desviar el tiro. Esa batalla sí podía ganarla.
Hace unos meses, en el P1 de Santiago, Stupa recibió un pelotazo del Tolito Aguirre que buscó el cuerpo del rival en el cara a cara en la red. El infortunio hizo que la bola impactase en la zona genital de Stupaczuk lo que le llevó a detener el juego unos instantes para recuperarse. El de Chaco se lamentó pero no se encaró con nadie. Lebrón, entre carcajadas, le ayudó a descargar la zona mientras el público se unía al momento cómico.
Hace dos años, Stupa, involuntariamente, remató de forma directa a la cabeza de Tapia en el Major de Catar. Hubo dolor, disculpas y sonrisas; pero no drama.
Ayer, el pelotazo fue a Lebrón y la escena fue diferente.
El modelo Premier: el pádel al servicio del negocio
Ayer, tras el incidente, en un paso por el banco, Tapia expresaba su sorpresa al ver cómo, a pesar de que Lebrón había golpeado levemente al árbitro en el brazo, este podía seguir jugando.
Desde el punto de vista del pádel como deporte, el partido de ayer debió terminar con ese 3-2 a favor de Tapia y de Coello. La intolerable actitud de Juan Lebrón debió costarle la descalificación directa. Lo que Tapia no asume es que en Premier Padel, por encima del deporte, está el negocio. «Tenemos lo que nos merecemos en este deporte», dijo Coello en el banco. No eran palabras vacías.
Lo cierto es que la descalificación de Lebron ayer por decisión arbitral era una quimera. Si los precedentes habían demostrado que era casi improbable que el juez de silla se atreviera a dar el paso; el escenario, semifinales en Milán, territorio Carraro, hacía imposible el atrevimiento del árbitro en ese sentido para hacer cumplir la normativa.
Las imágenes de ayer han circulado por redes sociales, la conversación se ha disparado y los ecos han alcanzado a los medios de comunicación. Es más que probable que el polémico episodio haya logrado aumentar los impactos de audiencia del partido de ayer. A Premier Padel le sirve con eso para su narrativa. El pernicioso mensaje que desprende la escena, el repudiable ejemplo que supone como deporte, la indefensión del juez de silla queda en un segundo plano.
Cierto es que Lebrón no es el único protagonista de este encontronazos con árbitros. En la era Premier, Paquito Navarro, Fernando Belasteguin, Franco Stupaczuk han arremetido contra los colegiados sin ningún tipo de consecuencia, haciendo valer su posición de fuerza.
El problema se agrava con la absurda estrategia de la FIP de incorporar árbitros al pádel profesional para lo que aún no están preparados, en su intento de exhibir que una forzada internacionalización del pádel, mayor de la que es. El organismo de Carraro, en su obsesión olímpica, provoca una perniciosa secuencia que sitúa al estamento en el centro de la diana: la FIP coloca a jueces árbitros que no tienen todavía la preparación y la experiencia para el salto; desciende el nivel del arbitraje en el pádel profesional; los jugadores se revuelven contra ello y desairan públicamente a los árbitros; la FIP, en lugar de protegerlos, desautoriza a los árbitros y da la razón a los jugadores pero persiste en su estrategia.
Así es que Lebrón y compañía, conscientes de su impunidad, lo tienen claro: ese partido, por ahora, está ganado.