En aquel instante, había más dudas que certezas. Los favoritos iban a remolque y no encontraban pista para imponer su vertiginoso dictado. El marcador premiaba la eficacia de una pareja que, a lomos del embrujo de un sevillano, había encontrado la fisura y gobernaba el encuentro.
Pero todo cambió en apenas tres jugadas. Fueron tres acciones consecutivas las que modificaron el sentido de la final masculina del Estrella Damm Open 2020. Todas se produjeron en el mismo tramo del encuentro, todas llevaron la firma del mismo protagonista: Juan Lebrón.
Un inicio algo torcido
Los tres lances pasaron desapercibidos en mitad de la contienda, pero, en realidad, tuvieron una incidencia capital en el triunfo de la pareja española en ese duelo por el primer título oficial de World Padel Tour en esta era COVID-19.
Era el décimo juego del primer set. Mandaban en el marcador Paquito Navarro y Pablo Lima gracias al break que habían logrado en el tercer juego de partido. El brasileño sacaba con 5-4 a favor para cerrar el primer parcial.
Lebrón y Galán, a quienes la exhibición de la jornada de semifinales ante Stupa y Sanyo señalaba como claros favoritos, iban a rebufo hasta entonces. Pese a que las condiciones de juego les favorecían, no lograban imponerse a sus rocosos rivales.
La actuación estelar de Paquito explicaba esa mínima desventaja. También, el errático inicio de Galán, acumulando demasiados errores. El sevillano, inmenso en el arranque, replicaba el eléctrico juego de sus rivales; les sostenía el cuerpo a cuerpo en la red y abarcaba metros de moqueta azul. A su lado, Lima acompañaba con eficacia.
Aquello, además, no era solo una cuestión táctica. En el pulso psicológico, en el duelo emocional, Paquito, todo un maestro, también llevaba las riendas. Lo sabía bien Juan Lebrón que asistía a la efervescencia anímica de su excompañero y la turbación de su actual aliado, víctima de una espiral de errores que le impedían coger vuelo. En cierto modo, eran dos vasos comunicantes que conectaban los dos lados de la pista.

Los tres zarpazos de El Lobo
Pero todo giró en tres jugadas. Tres ocurrencias de Lebrón, tres acciones ejecutadas con maestría y llenas de intención.
Paquito deambulaba muy suelto en la red. Estaba enchufadísimo. Se imponía en el medio con mucha autoridad. Así que, en aquel noveno servicio, ante la perspectiva de igualar el partido o que sus rivales se anotasen el primer set, El Lobo buscó a su excompañero desde el resto en el paralelo. Lo tapó Paquito con la volea, pero, de inmediato, volvió a enviarle otra bola a ese mismo hueco. Le escondió el golpe hasta el último momento y repitió dirección. El sevillano no leyó esta segunda pelota, tuvo que recular y acabó enviando un globo forzado que destrozó Galán.
En el segundo resto que le tocó hacer en ese juego, Lebrón volvió a devolver la pelota en paralelo. Esta vez lo hizo con una derecha invertida que engañó por completo a su oponente. Trasladó su cuerpo hacia la izquierda y abrió la cara de la pala para golpear por el lado del revés de su adversario. Un prodigio técnico absolutamente imprevisible. Paquito, preparado para barrer el medio, no se lo esperaba.
La tercera acción fue una salida de pared con mucho rebote que Lebrón volvió a ejecutar en paralelo. Con ello expulsó a Paquito de la cinta y acabó ganando el punto Galán.
Las tres acciones sirvieron de lanzadera para el providencial break que permitió a la pareja española equilibrar el marcador (5-5). Fue el inicio de una remontada que terminó en la conquista del título.
Las tres decisiones de Lebrón fueron el origen. El genio del Puerto de Santa María detectó cuál era el pilar que sostenía la ofensiva contraria que, hasta ese instante, les estaba sometiendo. Conoce bien a Paquito. Así que fijó en él su diana y le desafió. Le midió en el paralelo para probar su atención, para añadirle una preocupación, para romper su dictado triunfal.
Desde el punto de vista táctico, aquellas maniobras de Lebrón le ampliaron el campo a Paquito, le cambiaron el paso, le incomodaron. Psicológicamente, las tres puñaladas de Juanito fueron un claro recordatorio para el sevillano: “tu excompañero es indescifrable”. Paquito lo sabía bien.
Por aquella fisura, Lebrón filtró la pelota y llenó de dudas a sus rivales. Paquito rumió durante un tiempo aquellos lances mientras Lima se mostraba cada vez más incómodo ante la exigencia de mantener el intenso tiroteo a ras de cinta y no contar con la escapatoria del globo.
El duelo cambió por completo desde entonces.
Al otro lado de la red, Galán encontró sostén, desterró sombras y cogió ritmo mientras Lebrón, hechizado, se apoderaba de todo el juego.

Una exhibición genial
La exhibición del gaditano en la final de Madrid fue apabullante. De principio a fin. Aguantó a su compañero en los momentos bajos y tocó la corneta para la ofensiva. No se despistó en ningún momento. Fue decisivo.
Esta vez, sin grada no hubo público y sin público no hubo aullidos. Así que El Lobo puso el foco en lo que mejor sabe hacer. No encontró distracciones. Su despliegue resultó imponente y el repertorio, deslumbrante: remates desde el cristal, voleas que salieron por tres metros e incluso ¡remates de revés! Y todo ello, con absoluto sentido.
En realidad, la de la final del Estrella Damm Open 2020 fue una demostración más del impacto que este chico de 24 años ha provocado en este juego. No hay una figura en el pádel de hoy que se le aproxime en este sentido.
El de Babolat ha redefinido el rol de jugador de derecha. O siendo más precisos, ha creado una categoría exclusiva para él. Cuando en 2019 decidió cambiar de lado para jugar junto a Paquito, aquello pareció un confinamiento excesivo para un espíritu de amplio alcance como el suyo. Lejos de encasillarse, Lebrón ha destrozado los límites de esa posición y ha convertido los 100 metros de la mitad de la cancha en su coto de caza.
Es un velocista con guante de seda al que la pista se le queda pequeña. Sus transiciones le permiten amenazar a sus contrarios desde cualquier lugar. En este sentido, es asfixiante. Le añade, además, un agudo sentido de la intuición. Imagina lo que ocurrirá y siempre tiene piernas para anticiparse. Resulta indetectable, impredecible. Su ingenio le dicta un rumbo que solo percibe él. Es el Mágico González del 20 x 10, con la salvedad de que el gaditano, a diferencia del salvadoreño, es un atleta.
Junto con la intuición, la otra impagable cualidad que le define es el atrevimiento. Porque Lebrón es de los que se atreve. Más todavía cuando el pulso se traslada al alambre y se queda sin red.
Los tres paralelos de la final en Madrid, todos con sus rivales sacando para ganar el primer set, son un ejemplo. La semifinal del Master de Marbella ante Sanyo y Stupa dejó otra muestra de ello.
En el tie break del tercer set, en plena exhibición del argentino de San Luis, cuando su compañero Alejandro Galán parecía acusar la tensión del final, el del Puerto de Santa María pidió los focos sin reparos, se echó el partido a la espalda. Volvió a resultar decisivo.
El talento a máxima velocidad. Ese es Juan Lebrón cuyo talón de Aquiles se sitúa en su cabeza. Él y Paquito Navarro se autoconsumieron en 2019 como pareja por el exceso de temperatura que ellos mismos provocaron y no supieron manejar. En esa época nació El Lobo y el del Puerto de Santa María lo aceptó como identidad. Debió ser una marca y acabó creando un personaje.
Hoy, junto a Alejandro Galán y bajo la batuta de la factoría M3, con Mariano Amat y Jorge Martínez, Lebrón parece haber recuperado la calma. Y eso es una gran noticia para este deporte. Porque lo que mejor explica a este genio es su pádel.
