Resulta que el presidente Morcillo se queda. A principios de verano amagó con marcharse, lágrimas incluidas, para anunciar que se queda en un final de estío al que ha despedido con sonrisa de alivio.
Ni dos meses pasaron de aquel lacrimógeno discurso ante la Asamblea de la Federación Española de Pádel para informar de su renuncia a la solemne misiva enviada a los asambleístas para anunciarles que ya no se baja del sillón.
El máximo dirigente de la FEP ha pasado de un ejercicio de responsabilidad por saber irse tras «un error», a un ejercicio de responsabilidad por saber quedarse a pesar de «ese error». Todo un logro narrativo.
Del «me voy para que no haya debate por lo que hice» al «me quedo pero que no haya debate por lo que estoy haciendo».
Una dimisión en diferido que, más que un “acto de responsabilidad”, ha terminado siendo, en realidad, un ejercicio de funambulismo del que sale airoso, de momento, con un volantazo desesperado que deja atrás a quienes le auparon al trono para abrazar a algunos de los que repudiaron su llegada.
El máximo dirigente de la FEP ha pasado de un ejercicio de responsabilidad por saber irse tras «un error», a un ejercicio de responsabilidad por saber quedarse a pesar de «ese error». Todo un logro narrativo.
De esta forma, el presidente Morcillo sigue al timón de la nave, que no al mando, sin importarle demasiado la ruta. Su brújula apunta sin rubor alguno a la tranquilidad en forma de ceros cada final de mes.
Este esperpéntico giro de guión, menos sorprendente de lo que a priori se antoja, apenas desvela sus fundamentos. El protagonista del viraje huye de las explicaciones más allá de pedir comprensión y tranquilidad. Una “situación que cambia”, unas “circunstancias diferentes”, un «tiempo de reflexión”, un «me he dado cuenta”, expresiones con las que el propio dirigente divaga en la radio; eufemismos que, en verdad, ocultan el indulto que ha recibido de quienes le condenaron hace nada.
Repiten sin pudor el mismo discurso vacío algunos de sus nuevos escuderos, como la flamante vicepresidenta, Bitxori Barcina, una corredora de fondo que, al parecer, también domina la velocidad. La directiva ha pasado, en un puñado de días, de la media maratón al sprint. Aterrizada para gestionar de forma transitoria la institución durante el tiempo electoral (por la anunciada dimisión del presidente), ha mutado como una centella y ya ejerce de feliz portavoz de la ignominia con un insustancial argumentario.

Foto: FEP.
Eso sí, del «error» que originó esta crisis, ni una palabra. De las presiones de quienes quisieron por ello la cabeza de Morcillo, tampoco. De la rebelión a la calma. De señalar con el dedo a mirar para otro lado. Mejor distraer antes que explicar.
Diversos informadores, como Iván Hernández de Contrapared en Esto es Pádel (escuchar aquí) o el periodista Alberto Bote en La Dormilona (lo puedes leer aquí) alumbraron en su día el epicentro de este seísmo cuando desvelaron no solo que el presidente Morcillo había alcanzado un acuerdo por su cuenta y riesgo con su homólogo de la Federación Catalana de Pádel que resultaba claramente discriminatorio con el resto de federaciones territoriales sino que, cuando se descubrió tal pacto, el propio Morcillo manipuló el documento para ocultar la información más controvertida a directivos y otros presidentes. Es decir, según la noticia, hizo pasar por oficial un documento que no lo era.
Descubierto el fraude, asomaron las guadañas. Siempre alerta, el máximo responsable de la Federación Madrileña de Pádel, José Luis Amoroto, le puso voz a una ofensiva que acabó por mostrarle a Morcillo la puerta de salida. El mandatario madrileño se asomó a la atalaya mediática para evidenciar las hostilidades. “Pérdida de confianza total”, diagnosticó ante el micrófono el dirigente de la FMP, antes de reducir todas las posibles opciones a una sola: Morcillo no podía seguir en el cargo. Pura farsa. Hoy, el condenado sigue con vida y el acusador ha perdido la voz.

Tres meses después del hallazgo de aquel documento alterado por el presidente Morcillo, la fingida revuelta es un mar de abrazos. El único rastro de sangre en la escena del crimen no es el de la cabeza presidencial; sino del tijeretazo descarado que acertó a dar el acorralado responsable de la FEP a su Junta Directiva.
Aunque fue él quien cometió “el error” (o más preciso, el engaño); la factura se la acabó endosando a la que, entonces, era su propia gente. En un movimiento a la desesperada, el mandatario, que había perdido la confianza del resto presidentes, fulminó a sus directivos “por falta de confianza”; el dirigente, al que solo le quedaba despedirse, se puso a hacer cambios para afrontar “un nuevo tiempo en la FEP”. El disparate resultó ser una suerte de sacrificio que amansó en parte a las fieras y le valió para ganar algo de tiempo. El calor estival se encargó del resto, o más bien, la infalible aritmética apagó los húmedos sueños electorales de algunos. Hay quien nunca pierde, o de eso presume, aunque no se le contabiliza victoria alguna.
El caso es que los que buscaban la caída del presidente de la FEP, ahora silban de perfil y sonríen de forma pícara ante el responsable ejercicio de permanencia/resistencia de Morcillo. Un silencio tan estruendoso que ya tratan de justificar como un generoso gesto en pro del buque federativo, una unidad de emergencia para salir de la crisis que ellos mismos provocaron, un “(casi) todos a una” (sin soltar los puñales por si acaso) para llevar la FEP a (¿buen?) puerto. Ahora sí, consumado el golpe, es el momento de la tranquilidad y la unión, dicen desde la poltrona sin atreverse a levantar la mirada.
Es este un pacto de mínimos. Sillón, nómina, coche oficial y tarjeta federativa por unos meses más a cambio de que el dirigente zombie gire sobre sí mismo y tapone cualquier relevo que no convenga. Un mal menor, le llaman. Y a Morcillo, desahuciado a principios de verano, le vale para disfrutar de un tiempo que no tenía.
Sin embargo, como en el cuento de Monterroso, el dinosaurio sigue ahí. Y este, además, es de los de tres cabezas. La de ese acuerdo subrepticio con la Federación Catalana de Pádel que ningunea al resto de territoriales. La testa que exhibe sus colmillos en forma de documento manipulado por el mismísimo presidente para ocultar información. Y esa tercera que asoma tras el sainete asambleario y que ha terminado por devorar la escasa credibilidad que le quedaba al presidente Morcillo.
Demasiado como para fingir que no ha pasado nada. Incluso en la vapuleada Federación Española de Pádel. Ante tal engendro de la naturaleza, resulta imposible salir indemne de la confrontación, menos aún quien renuncia al honor como escudo y se bate con la espada de la mentira.
Así que hoy, mientras simula iniciar una nueva etapa, el dirigente Morcillo, sin palabra ni obra, víctima de su propio desvarío, sobrevive como un presidente agonizante apenas sostenido por quienes han decidido exprimir ese último aliento para evitar enfrentarse ya al veredicto de las urnas, el único remedio ante tamaño desafío.
Es este un pacto de mínimos. Sillón, nómina, coche oficial y tarjeta federativa por unos meses más a cambio de que el dirigente zombie gire sobre sí mismo y tapone cualquier relevo que no convenga. Un mal menor, le llaman. Y a Morcillo, desahuciado a principios de verano, le vale para disfrutar de un tiempo que no tenía.
Que el atribulado mandatario, enfocado en su supervivencia personal, se preste a tal parodia define bien su categoría y subraya la idea de que ha excedido su tiempo. Que le pongan rúbrica, en cambio, quienes se presentan como los regeneradores de la casa federativa esboza el negro porvenir de la institución.
No tardaremos en comprobar si, como parece, aquellos que iban a pedir explicaciones, se han contentado con cargos; y si quienes estaban dispuestos a exigir responsabilidades, han preferido tener influencia. El insorpotable hedor que desprende esto se antoja revelador.
Esta vez, a diferencia de otros periodos, el avanzado estado de descomposición de la figura presidencial ya no sirve de parapeto, y deja al descubierto la bochornosa subasta que sucede entre bambalinas disfrazada de un falso consenso que saltará por los aires en cuanto hayan terminado de devorar los últimos restos presidenciales.
No tardaremos en comprobar si, como parece, aquellos que iban a pedir explicaciones, se han contentado con cargos; y si quienes estaban dispuestos a exigir responsabilidades, han preferido tener influencia. El insorportable hedor que desprende todo parece síntoma de podredumbre.
Sea como sea, un año y medio queda por delante hasta la siguiente cita con las urnas, tiempo en el que permitirán que represente a esta maltrecha institución un presidente sin palabra, sin credibilidad, con una autoridad impostada en manos de quienes quisieron asfixiarle hace nada.
En este teatrillo de máscaras, el presidente Morcillo, exultante tras la amnistía provisional concedida, simulará danzar como protagonista aunque no pase de ser un secundario de conveniencia, obediente, rehén de su propia debilidad, dispuesto a pagar la factura de la prórroga.
Pasado su tiempo, caerá (por más que intente seguir aferrado a lo que sea). Y no habrá gloria. Tampoco pena. Porque ni siquiera entonces el presidente tendrá quien le llore. No lo harán ni los que dejó atrás, desde luego, ni los que acabarán dándole la puntilla.
El verdadero desafío para Morcillo le llegará cuando haya colgado la chaqueta: sostenerse la mirada a sí mismo.
El resto de actores, en cambio, tendrá dificultad para recuperar la palabra. Su silencio hoy es su vergüenza mañana.

*Foto portada: Ramón Morcillo, presidente de la Federación Española de Pádel (Fuente: FEP).