No llegan a diecisiete segundos. En realidad, son dieciseis y ochenta centésimas. Una secuencia efímera en el océano de una trayectoria de más de dos décadas. Lo suficiente, sin embargo, para comprender mejor quién es y, sobre todo, por qué Fernando Belasteguin es un especímen único en el ecosistema del pádel.
Pista central del Dubai Duty Free Tennis Stadium. Tercer partido de la final masculina del Mundial de Pádel 2022. Desenlace entre las selecciones de Argentina y España. La victoria de Bela y Sanyo concede el undécimo mundial a la albiceleste y la revancha de la derrota del año anterior en la cita de Doha. El triunfo de Momo González y Alejandro Ruiz otorga a España su quinto entorchado.
El marcador ilumina el match ball para los argentinos que acaban de deshacer un 40-40 en el noveno juego del tercer set (6-4, 5-7 y 5-3).
Atrona el público en las gradas, un escándalo que pone banda sonora al carácter decisivo del momento. Los españoles se conjuran para despejar la amenaza. Sanyo se focaliza en aprovechar la ocasión.
Fernando Belasteguin, el más intimidante cuando llegan los instantes clave, se muestra, en cambio, atípicamente contenido. Como si jugase otro partido. En realidad, es lo que ocurre.
Bela, el jugador más laureado de la historia de este deporte, ganador de 6 títulos mundiales con la selección, vencedor de 229 títulos profesionales, el que más temporadas ha gobernado el pádel mundial, el del récord de imbatibilidad (1 año y 9 meses sin perder), el de los 22 títulos consecutivos. Bela, a sus 43 años, sin nada que demostrar, lleva inmerso desde hace rato en una tempestad emocional que, ahora, en el momento culminante, amenaza con desbocarse.
Por eso, el de Pehuajó hace rato que apenas gesticula. Algún grito puntual, pero poco para el quién y el dónde. Lo suyo ahora es una pugna por mantener bajo control ese caudal de sentimientos que le agita por dentro.
La reacción de los españoles para equilibrar este partido en el segundo set y la resistencia de estos durante la tercera manga han ido acrecentando la marejada interior del argentino. Sus nervios se han dejado ver en forma de algunos errores anómalos en determinados pasajes.
La tensión es máxima.
Ese noveno juego definitivo, con Belasteguin al servicio, ha arrancado con un 0-30. Momo y Álex llegan a estar con bola de break a favor para reparar la brecha abierta en el marcador. Cuando una volea de Sanyo despeja esa amenaza y pone el 40-40, Bela apenas se permite una ligera descarga en forma de grito. Poca cosa.
El argentino se recompone, sale de pista antes de volver a sacar y acude al banquillo a secarse. Gana tiempo.
Tampoco hay celebración visible cuando el propio Bela logra poner a su equipo en ventaja y lo sitúa a un punto de la victoria en el partido, un match ball para abrochar la final y conquistar el título.
Se revuelve la grada ante este punto decisivo. Se agita el banquillo argentino ante la ocasión. El de Pehuajó, tras hablar con Sanyo, se muestra ajeno a todo ello. O, al menos, lo aparenta. Se gira, le da la espalda a la pista, hace rebotar la pelota en uno de los cristales laterales y en uno de los de fondo, se seca el sudor de la frente con el brazo, pero no saca. De pronto, se detiene en una pausa casi imperceptible. Coge aire y dirige la vista hacia la moqueta bajo sus pies. En esa mirada perdida hay más de media historia del pádel. Bota de nuevo la bola, se muerde el labio inferior y asiente con la cabeza.
Son dieciseis segundos y ochenta centésimas para una coreografía de gestos que no lo cuentan todo. Es la punta de un profundo iceberg bajo el cual el mito dialoga consigo mismo, negocia con su otro yo y le pide solo un instante de calma para convertir ese punto en el último. A cambio le promete derribar el dique y entregarse a la pasión, el motor de su carrera.
Hace un año, Belasteguin tuvo en sus manos provocar el desempate en la final del Mundial ante España en Doha (Catar). Con 2-6, 6-3 y 5-2, él y Martín Di Nenno estaban a un paso de equilibrar la eliminatoria que Galán y Coello habían empezado a decantar para España en el primer punto. Con 30-30, al resto, apenas les separaban dos puntos del triunfo. No lo consiguieron. Después, desde el saque de Di Nenno, con 5-3, tampoco. Bela cometió varios errores que dieron vida a sus rivales. Paquito y Lebrón le dieron la vuelta a la situación con cinco juegos consecutivos y acabaron cerrando el partido (5-7) que entregó a España su cuarto título mundial, rompiendo así una sequía de 11 años.
Todos sufrieron aquella derrota; desde luego, además de Sanyo, el propio Belasteguin.
Ahora, ante el punto de decisivo en Dubai, el número uno trata de no repetir la historia. Su aparente sobriedad oculta también su temor.
Bela, una figura cuya dimensión transcurre en paralelo al propio pádel, un referente que trasciende incluso su propio deporte, está enzarzado ahora, durante el tramo definitivo de esta final de Dubai, en una crucial conversación consigo mismo mientras el mundo parece suspendido.
En ese trance, la leyenda se humaniza. O tal vez sea al revés. Es el hombre quien nos muestra por qué no admite comparación. Son dos caras de un mismo astro.
A estas alturas, en su epílogo, Fernando Belasteguin está en ese punto por el que han pasado nombre como los de Rafa Nadal o Roger Federer, por citar a dos del mundo de la raqueta: ya no tiene la obligación de competir por ser número uno pero siente la necesidad de seguir comportándose como si luchara por él.
No hay más secretos. Así es como Bela se ha mantenido vigente en el pádel sin importar la época.
Esos nervios que siente en la final de este mundial lo equiparan con el resto de nosotros; la gestión que hace de ellos, el pacto emocional, es lo que le diferencia.
El argentino bota la pelota, mira al frente y ejecuta el saque. El resto es historia. Argentina derrota a España, se cobra la revancha del año anterior, suma un nuevo título mundial. Bela, ahora sí, cumple la promesa que se hizo.
Resuelto el partido, retira la muralla y libera tal caudal de pasiones que ni siquiera puede digerirlas. Sanyo Gutiérrez salta sobre él; de inmediato, el equipo argentino se abalanza y les rodean, todos saltan exultantes por la pista formando un círculo mientras Bela, en medio de la algarabía, camina, solo camina con pasos lentos, allí hacia donde le lleva el tumulto. Y cuando la algarada se relaja y el perímetro sobre el de Pehuajó se deshace, Javier Blanco, el preparador físico de la albiceleste, lo eleva en brazos al cielo de Dubai para descubrirnos el rostro de Bela, como nunca, absolutamente desencajado por la emoción.
Y ahí, justo entonces, podemos contemplar durante unos segundos al hombre que conquistó el pádel.
