Lo más cruel pero también lo más hermoso de este deporte. Todo junto en una sola imagen que se eleva por encima de cualquier otra en este Master Final que sirve de epílogo de la temporada 2022 de World Padel Tour.
En ella, Ariana Sánchez, la anfitriona que estuvo a punto de coronarse ante los suyos y no pudo, encuentra refugio pero no consuelo en sus rivales; zarandeadas todas por un indescriptible torrente emocional.
Decepción, tristeza, sufrida alegría, compasión, empatía, reconocimiento, respeto… Hay tanta verdad en esa escena que no solo desnuda a sus protagonistas sino también a sus espectadores.
Es la singular relación que se establece entre la victoria y la derrota. Los ecos de la primera son efímeros; el pesar de la segunda, en cambio, tarda en disiparse, si es que alguna vez lo hace.
El detalle de Alejandra Salazar y Gemma Triay en esa imponente pista central del Palau Sant Jordi, ese abrazo a su rival derrotada en el último instante, despojada de ese sueño que rozó con el alma, es tan generoso como inútil. Y, por tanto, tan humano.
La derrota, más una como esta, no admite consuelo. No, desde luego, inmediato. No hay palabra, gesto o pensamiento capaz de aliviar a quien se quedó a las puertas de la gloria y vio cómo estas se le cerraban antes cruzar el umbral.
Solo el tiempo, con la perspectiva como obsequio infravalorado, puede atemperar el dolor y permitir que la herida sane por más que la cicatriz nunca se desaparezca.
Por eso, y lo saben ellas, nada de lo que Salazar y Triay pronunciaran al oído de sus derrotadas adversarias en ese conmovedor abrazo final les servirá a estas de asidero en la tempestad emocional que libera una derrota tan cruel como la que han sufrido.
Y, sin embargo, en esa estampa, transcurridos los días y noches necesarios, Ariana Sánchez y Paula Josemaría podrán encontrar resumido en un fugaz instante lo sustancial de su conquista a lo largo de esta temporada magnífica.

Porque esas lágrimas de sus contrarias explican bien el reconocimiento a una competencia que las ha llevado al límite. Tanto que el puñado de puntos que desnivela la balanza de manera definitiva son insignificantes en el trayecto de todo un año. Aunque también decisivos.
Siete títulos y 18 finales de 21 posibles son guarismos que, en cualquier otra circunstancia, les hubieran entregado la corona sin discusión. Si no ha sido así en esta ocasión, se debe a la categoría de sus rivales, Gemma Triay y Alejandra Salazar, una pareja que ha firmado un total de 12 entorchados, los cinco últimos consecutivos, en un curso de ensueño.
El desafío que las aspirantes han encontrado delante no era cualquier cosa. Y, sin embargo, Paula y Ari han estado a la altura. En realidad, han hecho mucho más que eso. Su empeño competitivo durante todo el año, además de mantener viva la pugna por el trono hasta la última pelota del último partido del último torneo, les ha ido forjando como números uno.
Hoy el ranking no las reconoce como tal. Pero, más allá de la aritmética, el desempeño que han mostrado estas dos jugadoras acredita tal condición.
Este Estrella Damm Master Final 2022 radiografía a la perfección la evolución de la pareja. A esta cita de maestras llegaron Ari y Paula tras perder cinco finales de manera consecutiva y con la obligación de ganar para mantener el número uno ante el incesante acecho de Salazar y Triay. En un escenario como el Palau Sant Jordi, en casa de la propia Ari, con la necesidad de defender el liderato, ante el momento definitivo del año, la dupla bien pudo haberse despeñado. Hubo momentos para ello.
Tanto en cuartos de final ante las gemelas Sánchez Alayeto como en semifinales frente a Patty Llaguno y Virginia Riera, la pareja se vio obligada a remontar el set inicial en contra. Lejos de ceder al contratiempo, se sobrepusieron con la determinación y el coraje de quienes ya están curtidas en la adversidad.
Y es que, durante todo el año, Paula Josemaría y Ariana Sánchez no han parado de crecer. Dieciocho finales disputadas son también 18 títulos que se pierden, que se escapan entre los dedos cuando apenas falta un paso. En torno a ello, Paula y Ari han forjado su carácter como pareja. Dos jugadoras ciclotímicas, bajo sospecha durante un tiempo por irregularidad manifiesta, necesitadas de aparente tutela para poder desplegarse, se han despojado de etiquetas y han hecho gala de una fiabilidad insólita que las ha situado (casi) siempre en el escenario donde se disputan los títulos.
Ariana Sánchez es hoy una brújula infalible que orienta y reparte el juego en la dirección adecuada. Con una primorosa cartera de recursos, la de Reus se apodera de los partidos y los mece a su antojo. A su lado se despliega Paula Josemaría. La moralejana ha incorporado a su intimidante arsenal ofensivo el elemento más sorpresivo: la pausa. La zurda ya no se ofusca; ahora defiende sin prisas mientras le da vueltas al juego hasta encontrar el momento para imponer su trazo.
Juntas han dado forma a un binomio grande, de los ganan cuando juegan bien; que compiten incluso en la adversidad y que son capaces de imponerse estando contra las cuerdas. Esto es lo que afloró en el Master Final. Primero, para darle la vuelta al encuentro ante las gemelas, si no el mejor, probablemente, uno de los mejores partidos de las dos hermanas en mucho tiempo. Ari y Paula lograron sostenerse en los peores momentos y acabaron doblegando a las exnúmeros uno (6-7, 7-5 y 6-3).
Lo de semifinales ante Llaguno y Riera resultó, incluso, dramático. Tras equilibrar el marcador en el segundo parcial, Paula y Ari se encontraron con un 4-0 en contra en el tercer y definitivo acto. La gestión emocional que lograron en esa situación resultó primorosa. Así lograron cerrar la brecha y acabaron por imponerse sobre el alambre del tie-break (4-6, 6-2 y 7-6).
En la final, llegado el momento decisivo, la de Reus y su compañera se comportaron como dos números uno. Ambas ofrecieron, durante buena parte del duelo ante Alejandra Salazar y Gemma Triay, una actuación portentosa. Si quedaba alguna duda sobre la chapa de la pareja, quedó disipada con un despliegue fabuloso que, por momentos, llegó a desnaturalizar a sus rivales.
No les importó el break en contra inicial. Lo asumieron como un simple traspié que voltearon con un juego fluido y claro hasta apropiarse del set inaugural. En ese pasaje dejaron claro por qué han liderado el ranking desde el mes de septiembre.
En realidad, tuvieron el triunfo muy cerca. Un 3-0 con dos roturas a favor parecía despejarles el camino en el tercer set. La descomunal reacción de Salazar y Triay hizo desaparecer esa ventaja y acabó dándoles el partido, el título y el liderato de manera definitiva.
La celebración de las campeonas respondió tanto a la consecución del objetivo como a la forma en que lo habían logrado. Las lágrimas de Triay y Salazar evidenciaron su propia agonía para alcanzar la gloria; el reconocimiento explícito de tal sufrimiento fue, al mismo tiempo, la constatación del mérito indudable de sus derrotadas contrarias.
El gesto final, ese abrazo infinito en la red, escenificó la aceptación de sus rivales como iguales por parte de las nuevas reinas.
Nada de esto tiene hoy sentido para Paula y Ari. Y puede que no lo adquiera nunca. Pero la próxima temporada, sobre los rescoldos de su profundo desengaño, emergerá una dupla todavía mejor de la que este año ha asombrado a todos.
*Foto de portada: WPT.
