Lebrón, Yanguas, Cardona, Bergamini, Jon Sanz… Durante meses, las cábalas se multiplicaron. Cualquiera servía para acompañar a Galán en su asalto al número uno. Cualquiera menos aquel al que el propio jugador madrileño había elegido. Ese que al que, al parecer, le lucen más las carencias que sus virtudes. Caso digno de estudio en el pádel profesional.
Sin remate, sin centímetros, sin posibilidad alguna para competir por la cima. O eso clamaban en el ágora de las falacias.
El tema es que a Fede Chingotto no le alcanzaba. Había ganado títulos con Juan Tello, con Paquito Navarro y con el propio Alejandro Galán, pero ni por esas. Su papel era el de acompañante. Una simpática comparsa a la que queda bien elogiar pero sin pasarse.
“¿Te gusto? Eres majo”.
Este fin de semana, el bueno de Olavarría y su compañero han conquistado el FIP World Cup… no sé qué, vamos, ese quinto Major de Premier, disfrazado de invento de Carraro. Y lo han hecho con una exhibición de resiliencia que han culminado con una remontada prodigiosa ante Tapia y Coello (2-6, 7-5 y 6-2).
El triunfo conecta con el que también firmaron en la final del último torneo de Premier Pádel, el P1 de Milán, en la que derrotaron también a los números uno con otro volteo al marcador (2-6, 6-3 y 6-0).
Ambas victorias resumen la temporada de Galán y Chingotto. Incapaces de primeras para frenar el arrollador inicio de sus rivales, la pareja que entrena Jorge Martínez ha ido corrigiendo su fórmula, añadiendo matices, hurgando en los detalles para encontrar rendijas al otro lado de la red. Siempre desde el convencimiento de que las había.
Y ahí, en ese aspecto, el papel de Chingotto es fundamental. No hay jugador más optimista. Actúa como si todo fuera posible. Y contagia. Por eso, limitar la ponderación de la aportación del jugador en la pareja a una cuestión de golpes y centímetros es como pretender analizar El Jardín de las Delicias a través la mirilla de una puerta.
De Chingotto se puede ensalzar su capacidad defensiva, su coraje, su despliegue físico, su habilidad para cambiar direcciones con la bandeja, sus reflejos en el bloqueo en la red que le hacen casi inabordable, su rapidez de piernas, su concentración para no desentenderse nunca de la jugada, su disciplina táctica, su conocimiento del juego. Basta recordar que Fede alcanzó una final de Master Final jugando en el revés todo el torneo junto a Martín Di Nenno. Perdieron contra Lebrón y Galán (6-2, 6-7 y 6-2). Lejos de ser una anecdóta, aquello fue una gesta que refleja bien todas estas virtudes.
Para Chingotto no hay excusas si no oportunidades. El chico no teme perder, ansía conquistar. Ante cualquier rival, en cualquier lugar. Gane o pierda. En su trayecto hacia el profesionalismo, en su itinerario hoy por la élite. En Milán, en Kuwait este pasado fin de semana, en París este año, en la derrota más abultada ante los números uno, o en aquel Master Final de World Padel Tour en Barcelona, en el que se desplegó desde el revés como un veterano.
Lo de Chingo no es un asunto de golpes ni de altura. Es de concepto, de conocimiento y de fe. El intangible que aporta supera con creces cualquiera de sus tiros. Ni siquiera con más remate. El valor del argentino va más allá.
Si eres de los analistas de mirilla, tal vez tengas la tentación de recurrir a la etiqueta de ventajista para calificar esta reflexión. Si es así, yerras el tiro. Lo que lees conecta con un artículo que ya escribí en 2020 (Fede Chingotto: de lo evidente a lo importante), cuando Chingotto, con apenas 23 años, se desplegaba junto a Tello. El Gato y El Ratón, les decían. ¿Recuerdas? Tello apuntaba a lo más alto mientras que el simpático Chingotto era un secundario. Cinco años después, la realidad es otra. La pegada quedó por detrás del oficio.
Después llegó Paquito y el relato más interesado terminó contando que el sevillano fue quien hizo al argentino ganar su primer título: el Master Final. Chingotto, de nuevo, de comparsa.
Ahora es Galán. Y el argentino, peleando en la cima entre gigantes, resulta que está a menos de 700 puntos de la cumbre. No importa. La gloria será cosa del madrileño, mientras que de Chingotto serán los centímetros que les falten en caso de no alcanzarla. La mirilla.
Con la sentencia ya escrita, al menos, sirva lo presente para iluminar aquello que hace diferente al de Olavarría: su actitud. Antes de que desprecies este factor, vuelve a repasar la final de Kuwait o la de Milán y comprobarás que el triunfo se coció en la caldera emocional y psicológica de Chingotto. Galán resurgió a partir de ahí.
“No hay culpables, vamos los dos. Yo levanto un poco más. Dale, dale”, se escuchó a Chingo en el banco, 3-0 abajo, ayer domingo. “Estoy luchando los puntos lo máximo que puedo. Pero te doy un poco más”, le prometió a su compañero, 4-1 abajo, en mitad del vendaval. Ni un reproche, ni una mala cara, ni un mal gesto. No solo eso. Con su compañero presa de la frustración, Chingotto seguía apuntando hacia la luz. «Estamos jugando bien, nos falta el último metro, dale, vamos. No podemos perder ni un choque más», animaba el argentino. Así fue ayer, hace una semana o en cualquier paso por banquillos, de cualquier torneo, de cualquier año. Siempre igual. Seña de identidad. Modo de vida.
Antes de pedir, Chingotto ofrece. Si corrige, se incluye y se pone el primero. Si propone, pregunta. Si le hablan, atiende. Si le piden, asume. Si le niegan, acepta. Y cuando vuelve a la pista va con todo. Sin fisuras. Con el convencimiento de que es el mejor plan posible, con la convicción de que tiene al mejor compañero posible. Hoy Galán, ayer Paquito, Momo, Di Nenno o Juan Tello. “Lo estoy dando todo pero te doy un poco más, dale”.
Disciplina, coraje, respeto, fe. En tiempos de absurdas disculpas ante impresentables salidas de todo, Chingotto es un ejemplo que desmiente argumentos ridículos: se puede ser ambicioso sin ser un maleducado, se puede aspirar a lo máximo desde el respeto.
Hoy, con su 1’70 a cuestas, a Chingo le esparan 680 pasos de la cima del pádel y dos colosos. Lo intentará hasta el final con todo lo que tiene y lo que no. Con la plena convicción de que es posible. Lo consiga o no, a Chingotto le seguirá definiendo mejor el camino recorrido que la meta final. Y eso no se ve a través de la mirilla.

