En Lisboa, España conquistó un título pero cosechó una derrota. La peor derrota.
Fueron los y las jugadoras quienes lograron el triunfo en la pista. El revés, en cambio, lo propició el presidente de la FEP, Alfredo Garbisu, al perder el órdago que había mantenido con su homólogo de la FIP, Luigi Carraro.
El dirigente vasco cumplió su propósito y negó la participación de España en el Campeonato Europeo que la FIP organizó en Roma. En su lugar, se llevó a la selección a Lisboa, al Europeo que organizó la EPA por primera vez, una entidad que él mismo impulsó junto al presidente de la Federación Portuguesa (FPP), Ricardo da Silva.
El resultado de esta decisión no es un título sino un fiasco.
La ausencia de España en Roma fue la peor decisión posible y puso de manifiesto el extravío que sufre el pádel federado español como consecuencia de la deriva emprendida por Garbisu.
España no debió faltar a la competición de la FIP. Nada en la guerra que Garbisu y Da Silva mantienen contra Carraro alcanza a justificar el boicot español al Europeo oficial. Porque, en efecto, la competición que ha venido organizando la Federación Internacional de Pádel es, hasta la fecha, el auténtico Campeonato de Europa de Pádel.
Así lo ha reconocido España con su participación en casi todas las ediciones anteriores.

Cambiar esto es una cuestión de diálogo y consenso, no de rupturas y enfrentamientos.
El presidente de la FEP no lo consiguió de la primera manera y optó por la segunda.
Garbisu mantuvo el pulso con Luigi Carraro, apostó en exclusiva por el torneo de la EPA y acabó obteniendo una derrota. No porque venciera el dirigente italiano. Difícilmente se puede encontrar un ganador en este escenario ridículo. Quien perdió fue el pádel y, de manera específica, lo que España representa en este deporte.
Porque España no es cualquiera en esta disciplina. Seguramente, esto cambiará en el futuro pero, a día de hoy, el pádel español no es sólo una referencia, es la referencia. Por nivel, por trayectoria, por competiciones, por estructura,… Y, en base a todo ello, precisamente, no puede comportarse como cualquiera.
Su responsabilidad en la expansión del pádel va mucho más allá que de la cualquier otro país. Acoge la competición profesional más prestigiosa, exhibe una cantera incomparable y ha situado a este deporte como una de las opciones preferentes a nivel amateur (cada día lo juegan más personas). Sí, hoy España porta la principal bandera del pádel y debe hacer honor a ello.
En la actualidad, España es el mejor escaparate del pádel. No hay mejores embajadores de este deporte que las estrellas que compiten en la península (sean de donde sean). Son el espejo de todos. Lo han entendido muchas federaciones nacionales que los utilizan para impulsar el deporte en sus territorios. A los españoles, en cambio, les han convertido, esta vez, en moneda de cambio de pulsos y chantajes. La peor idea posible.
Garbisu no parece haberlo entendido así cuando decidió impedir que España estuviera en el Europeo de la FIP en Roma. El motivo hay que buscarlo en el enfrentamiento que mantienen ambos dirigentes con intereseses muy encontrados. La celebración dos campeonatos de Europa en paralelo, de espaldas el uno al otro; uno de la EPA (Garbisu y Da Silva) y otro de la FIP (Carraro); es consecuencia directa de esta pugna.
En este caso, sin embargo, no importan demasiado los antecedentes. Ni siquiera es necesario valorar la simultaneidad de ambas pruebas. La cuestión es más sencilla. España debió estar presente en Roma. Sí o sí.
Si Garbisu no podía faltar a la cita de Lisboa, lo tenía fácil. La FEP pudo haber presentado equipo a ambos torneos. No lo hizo por una decisión exclusiva del presidente. No hay más. De esta forma, llevó a España a desatender su responsabilidad e ignorar su compromiso con el pádel. Primaron las desavenencias particulares entre dirigentes, sus intereses políticos, y ahí perdió el deporte, y España, en concreto.
Garbisu utilizó la presencia de España, o más bien, su ausencia, como ariete contra su adversario de la FIP. Los equipos españoles aparecieron presincritos para el Europeo de Roma pero, a última hora, fueron eliminados y no participaron. El propósito del presidente Garbisu era devaluar el torneo que impulsaba Carraro. Decirle al mundo que sin la presencia de España, aquello no valía. Pero midió mal su apuesta. El perjuicio que buscaba se volvió en contra del pádel español.
En Lisboa, España compitió y ganó. Arrasó, en verdad. Sin Argentina en el horizonte, aún no hay rivales de entidad para frenar a la armada española. Por eso, el título no es lo importante en este tipo de competiciones internacionales. España no acude para engordar su palmarés. O no sólo por ello. La diferencia de nivel en el pádel internacional despeja cualquier incertidumbre sobre el desenlace. En verdad, las figuras españolas acuden portando la bandera de este deporte allá donde van. El problema es que, esta vez, lo hicieron en el lugar equivocado.

El Campeonato de Europa de la EPA fue una competición forzada, sin foco, de gradas desiertas, y demasiada polémica (algún organismo público ha negado apoyo económico a la organización de la prueba por no estar reconocida por la FIP).
Nada que ver con la escenografía que surgía de Roma. Carraro, consciente de que la batalla en la pista la tenía perdida sin la presencia de España, se volcó en la escenografía. El italiano ganó el pulso de las gradas pero no sólo ese. La diferencia real entre ambas pruebas fue mucho más allá del número de espectadores.
En realidad, fue todo el envoltorio. Patrocinadores como CUPRA (patrocinador de algunos de los mejores jugadores del planeta y del circuito World Padel Tour), retransmisión por Sky Sports, presencia de estrellas como Fernando Belasteguin o Alejandra Salazar,… Hasta hubo, al final, campeones españoles porque, gran parte del pelotón Star Vie se movilizó para acudir y competir en la modalidad por parejas haciendo más evidente la ausencia de los equipos de la FEP.
La sensación es que en Roma estaba ocurriendo algo importante para el pádel y, de manera incomprensible, España no era partícipe de ello por decisión de una única persona.

Garbisu quiso restarle brillo a todo aquello evitando la presencia de los equipos españoles pero calculó mal su aspiración. Lo fió todo al aspecto competitivo y olvidó que lo importante no era el resultado deportivo sino el evento.
En Roma ganaron Italia y Francia. En Lisboa, España. Todos se cuentan como campeones de Europa. No importa. El derrotado fue el pádel y, con ello, la principal potencia de este deporte que no cumplió con la obligación que desprende su posición hegemónica.
España ganó pero falló.
