Una leyenda del tenis dice adiós en Londres. En realidad, es mucho más. Todo un icono mundial del deporte pone fin a una trayectoria profesional que le sitúa entre los más grandes de la historia. A sus 41 años de edad, Roger Federer se retira.
Las imágenes, no podía ser de otra forma, dan la vuelta al globo y convierten su despedida en un acontecimiento planetario que inunda medios y redes sociales con numerosas instantáneas y videos cargados de emotividad. Todos lo hemos visto.
De forma simultánea, a algo más 1.200 kilómetros de distancia, un argentino nacido en Pehuajó hace 43 años apura su carrera y regala en Madrid su enésima exhibición en el pádel profesional, apenas una diminuta trastienda en contraposición al imponente escaparate mundial que escenifica el tenis. La conquista de Fernando Belasteguin en el Estrella Damm Comunidad de Madrid Master marca un registro asombroso (228 títulos).
Ambos acontecimientos, el adiós de Federer en Londres y la victoria de Bela en la capital de España, están separados por algo más que la simple distancia física; sobre todo, por la diferentes dimensiones dos deportes que, a día de hoy, todavía no admiten comparación.
Y, sin embargo, el triunfo de Belasteguin conecta directamente con esa despedida de Roger Federer. Porque el de Pehuajó forma parte de su misma estirpe, la de aquellos deportistas que se han ganado un lugar en el Olimpo. Probablemente, la comparación le resulte exagerada al incluir en la misma frase al ya extenista suizo. A usted, querido lector, e incluso al propio argentino puede que le suene a elogio desmedido. Pero, creáme, no lo es en absoluto.
Un factor, por paradójico que resulte, juega en contra de tal consideración hacia Fernando Belasteguin: el propio pádel. En efecto, se trata de un deporte que todavía no le hace justicia a la figura del exnúmero uno. O dicho de otra forma, la dimensión de Bela como deportista supera con creces a la del propio deporte que practica.

No es ya una cuestion de palmarés sino de vigencia, de persistencia para conectar y liderar diferentes épocas en el deporte de la pala; de adaptación al cambio para evolucionar junto al juego; de empeño en mejorar como si hoy diera sus primeros pasos en el pádel; de competitividad entre veinteañeros a los que enseña algo mucho más valioso que la victoria.
Bela ya era profesional cuando el pádel ni soñaba con ello y hoy se mantiene a la vanguardia. Siempre ha ido dos o tres pasos por delante.
Es cierto, este año apenas suma dos títulos y un abismo de puntos mantiene al de Pehuajó lejos de la pelea por el liderato del ranking. Tampoco estuvo en esa pugna la temporada anterior, ni la otra. Pero ya sabemos, el número uno es la foto fija de un momento y, durante muchos años, Bela ha sido protagonista de esa triunfal instantánea. Es precisamente, eso, de alguna forma, lo que nos ha impedido apreciar el auténtico valor de su figura. Con 43 años y varios episodios a sus espaldas en forma de lesiones que le mostraron la puerta de salida del pádel, Fernando Belasteguin sigue compitiendo como si se jugase cada día el trono mundial. Lo hace en cada partido, en cada torneo, en todas las circunstancias. No es la victoria lo que persigue, si acaso una consecuencia más que una meta, sino mantener su vigor en este epílogo de su carrera.
No es un asunto baladí. Detrás de esa fórmula hay toda una filosofía de vida que condiciona esfuerzos, entrenamientos, recuperaciones, alimentación, descanso, sacrificios personales y renuncias familiares,… Ingredientes de una receta que marcan toda una trayectoria deportiva y vital.
En Madrid, Bela sumó un nuevo entorchado, un éxito más que, si acaso, le sirve para constatar que esta nueva era del pádel aún le pertenece. Son tiempos de vértigo, de impaciencia, de velocidad, de prisas, un ecosistema que pudiera, incluso debiera, haberle fagocitado como a muchos otros coetáneos, pero que no ha sido así.
Porque Fernando Belasteguin es, probablemente, el único jugador capaz de convertir cada paso, por más tránsito que acumule, en un desafío excitante. Una sesión de entrenamiento, la recuperación de una lesión, un nuevo golpe, un nuevo compañero que al que le excede en dos décadas, un cambio de lado en la pista, un nuevo rival, bolas lentas o rápidas, superficies distintas de juego, nuevas ciudades,… No hay nada que motive más a Bela que la oportunidad de superar el siguiente peldaño. Ahí sigue todavía casi un cuarto de siglo después.

Durante más de dos décadas, el argentino ha acumulado tantas victorias que a todos nos pareció suficiente para explicarle como deportista. Tremendo error. No ha sido hasta ahora, cuando han llegado las derrotas, cuando el número uno queda lejos, cuando las competiciones multiplican exponencialmente la exigencia, cuando los adversarios son cada vez más jóvenes, más rápidos, más fuertes; que hemos entendido quién es Fernando Belasteguin. Y es, desde este prisma, que el pádel se le queda pequeño.
Su actual compañero, Arturo Coello, apenas tiene 20 años. Sus dos primeros títulos grandes en la élite los ha logrado junto al propio Bela. Así le ocurríó también a Agustín Tapia. Son dos referentes del mañana que han adelantado su tiempo para ocupar el presente. Ambos son dos jugadores diametralmente diferentes a Bela, y sin embargo, en ambos quedará parte de la huella de Belasteguin. También en sus rivales.
Esta última final es un ejemplo de ello. La forma en que gestionó la ofensiva de sus contrarios. O los cuartos ante los números uno, una muralla infranqueable durante la temporada que el viernes pasado saltó por los aires. O en cualquiera de las victorias y derrotas que acumula en su carrera. Porque más allá de un marcador, Belasteguin se viene retando a sí mismo a cada paso. Y de eso sale siempre victorioso. Bien porque logra su objetivo; bien porque, cuando no lo consigue, ya tiene un nuevo propósito.
Así que, en efecto, no hay tanta diferencia entre Bela y Federer. Juegan a deportes diferentes, de magnitudes muy distintas. Y tienen estilos bien distintos. Al suizo se le distingue por la elegancia de su juego; al argentino se le reconoce por la contundencia de su trazo. Violín y tambor. En lo sustancial, sin embargo, son deportistas ambos que, en sus disciplinas, han rozado la excelencia. Y eso solo es posible desafiándose uno mismo más allá de victorias y derrotas.
Más pronto que tarde, Fernando Belasteguin dirá también adiós a su deporte. Su despedida, desde luego, no estará a la altura de la de Federer, o de la que tendrá Nadal, con quien comparte muchas más similitudes, o la de Djokovic. No, la de Bela será más modesta pero solo porque al pádel no le alcanza por ahora para más. De otra forma, el de Pehuajó también sería eterno.

*Foto portada: World Padel Tour.