Ya había un ganador. Lo había antes incluso de que las dos parejas saltaran a calentar a la pista central del Pabellón Príncipe Felipe para disputar la final masculina del Estrella Damm Zaragoza Open 2018.
El tercer título WPT de la temporada aún estaba en el aire pero para él, lo más importante, estaba conseguido: su presencia en ese duelo era en sí mismo un triunfo equiparable a cualquiera de los conquistados en su exitosa carrera. Las emociones se agolparon en Juan Martín Díaz hasta cristalizar en lágrimas.
Un oscuro túnel lleno de miedos
Hacía casi dos años que el mago de Drop Shot no alcanzaba una final. En concreto, desde el 27 de junio de 2016, cuando una inoportuna lesión de su compañero, Cristian Gutiérrez, truncó una actuación soberbia que tenía contra las cuerdas a los números uno, Fernando Belasteguin y Pablo Lima, en Mallorca.
Han pasado 23 meses desde entonces. De ellos, más de la mitad los ha vivido en las tinieblas de una lesión de rodilla que le ha apartado de las pistas durante una temporada y ha jugado cruelmente con su futuro. Una operación, un pronóstico cambiante, una rehabilitación dolorosa, demasiado lenta, con más incertidumbres de las que podía soportar.
El pasado sábado El Galleguito no puede contener las lágrimas tras derrotar en semifinales a Matías Díaz y Ale Galán. Él, una figura histórica del padel que lo ha ganado todo. Integrante de una pareja única capaz de ocupar el trono de número 1 durante 14 años consecutivos, con un récord de 23 torneos seguidos como vencedor. Un maestro de golpes imposibles. Un jugador con un palmarés irrepetible. Juan Martín Díaz, un mito, llora tras acceder a la final en Zaragoza.
Y esas lágrimas a pie de pista, apenas reprimidas ante el micrófono de World Padel Tour, vienen a descubrir toda una verdad. Allí de pie, donde algunos quieren ver a la leyenda, hay algo mucho más real: el hombre.
Una búsqueda interior y un desafío nuevo
El martes 29 de julio de 2014, una charla de apenas 15 minutos pone fin a una pareja que parecía eterna. Fernando Belasteguin se reúne con Juan y le anuncia su decisión de separarse. El de Mar del Plata no se lo espera. Le pilla con el paso cambiado, toda vez que tenían apalabrado juntos un año más.
Bela forma entonces una sólida pareja con Lima que desde el principio hasta hoy compite por el número uno. Juan Martín, en cambio, suma seis compañeros diferentes en el mismo periodo. Un proceso de búsqueda que, en verdad, mira más hacia adentro que hacia fuera.
Ahora, la lesión de rodilla, la operación, la convalecencia, la rehabilitación, los demonios que amenazan con desterrarle del presente del padel, le llevan a cambiar el desafío. Tras 25 años entregado a este deporte, haciéndolo crecer a base de golpes inimaginables, transformándolo con el relato de victorias incontables, la prioridad de Juan Martín Díaz es otra: tener el derecho a decidir cómo y cuándo llega su adiós.
El padel fue lo que hizo que aquel pequeño tenista que soñaba con defender a su país en la Copa Davis, cambiara la raqueta por la pala. Un cuarto de siglo después, a sus 40 años, el mismo padel ha querido cobrarse la factura.
Pero Juan Martín, que por momentos no encontraba esperanza ni en los médicos, ha seguido aferrado a su sueño. No, el icono de leyenda de palmarés incomparable, ni el mago de reflejos prodigiosos; sino el ser humano. Con su dolor intenso de rodilla; sus temores en cada desplazamiento o salto; sus dudas en la recuperación, por no poder responder a un padel cada vez más eléctrico; su pánico a cerrar una carrera majestuosa con un broche de hojalata en forma de dolencia.
Las lágrimas del hombre
En Zaragoza alcanza la final. Dos años después. Y llora Juan Martín. Lágrimas tras un año buscándose y otro creyéndose. Lágrimas tras encontrar un compañero que le ha elegido para luchar por la cima cuando ni siquiera imaginaba empezar a competir. Un sollozo irreprimible después de que muchos se hubieran despedido de él con demasiada antelación (tras una estrepitosa derrota en cuartos de final en Cataluña ante Ale Galán y Matías Díaz por 6-3 y 6-0; y otra derrota en semis ante Bela y Lima por 6-1 y 7-5). Un llanto ahogado al recordar su pena y el padecimiento de los que le rodean al verle sufrir.
A la tercera, Juan Martín peleó por el título. No lo consiguió pero el triunfo ya lo tenía antes de empezar. Es un trofeo intangible pero pesa. Es ajeno al palmarés e invisible a la estadística pero llena. Una lección que va más allá de voleas a la malla y de remates por tres metros. Tal vez no gané ni un sólo título en toda la temporada. O quizá ocurra lo contrario. Los resultados dictarán su propia jerarquía. Pero, por encima de ello queda que El Galleguito ha defendido el derecho a decidir su destino y ha sido victorioso. Quien buscaba a la leyenda acabó encontrando al hombre.