Juan Martín Díaz vuelve al quirófano. El jugador afronta su desafío más dramático. Quien ha sido número uno indiscutible durante 13 años consecutivos encara desde hoy un reto tremendo. No es un partido, ni un torneo. Es un propósito mucho más importante. El Galleguito vuelve a verse obligado a pelear por el derecho a decidir su final.
Misma lesión: vuelta a la casilla de salida
La rodilla del zurdo de Mar de Plata insiste en reclamarle el peaje de una carrera irrepetible. Todo aquello que le ha soportado durante años quiere ahora cobrárselo acortando el epílogo de una historia que debiera ser eterna.
El quirófano vuelve a ser la única salida a esta amenaza que hoy conmueve al mundo del pádel. Juan Martín volverá a ser operado de la misma rodilla, de la misma dolencia que ya requirió bisturí en noviembre de 2016: rotura parcial del tendón cuadricipital.
No es una lesión menor. Se trata de uno de los tendones más potentes del organismo, fundamental en la extensión de la rodilla, capital en quien ha contorsionado sus articulaciones hasta extremos inimaginables para devolver bolas perdidas mediante golpes imposibles para cualquiera. Todos hemos disfrutado de ello. Hoy paga él.
Los interrogantes penden ahora de ese tendón fracturado. ¿Cómo es posible que, tras haber sido operado, vuelva a producirse un nuevo desgarro del mismo ligamento? ¿Qué rehabilitación llevó durante un año para volver ahora a la casilla de salida? ¿Cómo saldrá de esta nueva intervención? ¿Tiene fuerzas para volver a intentarlo?
El oscuro túnel de una lesión
El 24 de noviembre de 2016, Juan Martín Díaz salió del quirófano. El tendón de su rodilla había sido intervenido por los doctores Eulogio Martín y Manuel Leyes (este último fue quien, en marzo 2014, ya le operó de una rotura crónica en el menisco de esa misma rodilla derecha).
Frente a él se abría un proceso de recuperación esencial para su esperado regreso a las pistas en el primer torneo de la temporada 2017. No ocurrió así.
Lo que siguió se pareció más a un calvario que a una rehabilitación. El Galleguito recorrió un oscuro túnel lleno de incertidumbres. Despojado de su leyenda, el hombre afrontó en solitario una lucha contra la fatalidad en busca de un final a la altura de su recorrido.
Mientras sus rivales competían y ocupaban la escena que siempre le había pertenecido, él se enfrentaba en solitario a sus demonios ante la posibilidad de una retirada forzada, un broche maldito para quien lo ha sido todo en este deporte.
Estuvo en el dique seco durante todo un año. Y, al fin, el jugador empezó a salir del pozo en 2018. Tras lo padecido, su propósito era volver a entrar en pista a disfrutar (y hacer disfrutar). Pero se encontró con otra realidad. De un posible adiós pasó a jugar con uno de los top, Paquito Navarro, de compañero. Fue de menos a más e, incluso, llegó a pelear por algunos títulos (disputó tres finales aunque no ganó ninguna).
Vista la perspectiva cuando entró en quirófano, aquello era todo un regalo para el propio Juan Martín y, desde luego, para el mundo del pádel.
Sólo él sabe lo que le supuso regresar a la competición. Nos contó muy poco sobre ello. En todo caso, fueron más elocuentes sus lágrimas que sus palabras, tal como te narré en su día y que puedes recordar en este artículo:
Un proyecto inédito que se ve truncado
Esta temporada 2019 arrancaba junto a la perla argentina Agustín Tapia. Y lo hacía con una mirada inédita en su carrera. Juan Martín había decidido descender un peldaño. Quería seguir compitiendo pero, sobre todo, quería disfrutar y, ahora, además, por primera vez, pretendía utilizar su talento para darle vuelo a una futura estrella aún en ciernes.
Todos los compañeros que había tenido desde su ruptura con Bela han sido jugadores ya consagrados: Juani Mieres, Maxi Sánchez, Cristian Gutiérrez, Fede Quiles y Paquito Navarro. No pudo jugar con Ramiro Moyano y, apenas, disfrutó de Lebrón.
Tapia le configuraba un proyecto diferente, un nuevo desafío (uno más) aunque más acorde a su realidad.
Ya en el primer torneo, él y el catamarqueño de 19 años se postularon como una de las parejas más atractivas para el público. Su memorable duelo de octavos de final en el Master de Marbella ante Bela y Lima resultó una credencial fabulosa de su competitividad y, al mismo tiempo, un anticipo de lo que parecía estar por venir.
El de Drop Shot, por fin, sonreía. Seguíamos disfrutando de su magisterio de lo imposible mientras él se afanaba en su otra misión: transmitir su legado.
Acostumbrado a la solitaria cima a la que le había confinado siempre su genialidad única, ahora tenía de quién preocuparse, al fin. El mago era también maestro. Y ello le liberaba del exagerado escrutinio al que siempre se ha sometido él mismo para poner el foco en su precoz aprendiz.
La fatal realidad, sin embargo, no tardó en aparecer. Apenas dos torneos bastaron para comprender que su rodilla derecha no estaba dispuesta a renunciar al pago de la deuda que reclamaba.
En cuartos de final del Logroño Open, Juan Martín se resintió de su articulación. Terminó su trepidante duelo contra Paquito y Lebrón pero ya no pudo competir en Alicante. Aquello hizo encender las alarmas. El pádel se removía inquieto sin atreverse a conjugar sus temores pero él sí era consciente de que su persistente acreedor volvía a llamar a la puerta de su destino.
Aún así, quiso ignorar el reclamo. Compareció en Vigo con una protección en la rodilla. Se resistía a volver a la oscura gruta de la que había logrado salir. Pero en Jaén, definitivamente, aceptó la fatalidad. Sólo pudo disputar la primera ronda. Ganó su partido y se retiró de la competición.
Era un miércoles 22 de abril de 2019. El día en el que la desgraciada realidad se hizo inevitable. Un fecha que la cruel desdicha pretende que marque su epitafio deportivo. Porque, en verdad, si hace un año la sombra de la retirada oscureció cada uno de sus días de recuperación; ahora, con esta recaída, el panorama puede parecer aún más desalentador.
Un futuro incierto y una deuda sin saldar
Las redes sociales se llenan, estos días, de mensaje de ánimo y apoyo hacia El Galleguito. Compañeros y compañeras de profesión; amigos y amigas; empresas, medios, el propio circuito World Padel Tour y, por supuesto, la afición. Todos tratan de transmitir cariño e insuflarle fuerzas mientras, sin quererlo, dan forma a una suerte de muro de condolencias.
Su futuro es, desde luego, muy incierto. Más, incluso, que en 2016. Entonces, El Galleguito asumió el reto de volver desde una perspectiva personal. Era un nuevo desafío (otro más) a su leyenda y el regreso, por más costoso que fuera, suponía un nuevo triunfo: ganarse el derecho a decidir su despedida.
Juan Martín superó, también, aquella prueba. Sufrió como un hombre y regresó como el mito que es. La afición lo celebró a lo grande sin esperar resultado alguno. En realidad, a este hombre hace tiempo que no se le mide por el marcador; simplemente se le disfruta. Se lo ha ganado, sin duda.
Aunque ha jugado finales, el de Mar del Plata lleva sin ganar un título WPT desde diciembre de 2015 (conquistó el Master Final junto a Maxi Sánchez). Pero no es algo relevante.
En efecto, hoy el resultado es, en su caso, un asunto banal. Su presencia en pista devuelve el precio de cualquier entrada. La afición sabe que presenciará alguna de sus genialidades tan imprevisibles como memorables y, sobre todo, es consciente de que, de alguna forma, está participando en el tránsito final de este emperador del pádel. Es el ‘yo vi jugar a Juan Martín‘.
Por eso, hoy es este deporte el que necesita que regrese a las pistas. Es un grito que le reclama desde la admiración frente al doloroso impuesto de su rodilla. Sí, el pádel requiere que vuelva para que pueda completar su trayecto con un colofón digno de su historia. No se trata de volver a verle ganar sino de poder seguir disfrutándole, como él decida, y llegado el momento, saber despedirle como se merece.
Es cierto. Lo ha ganado ya todo. Juan Martín Díaz no le debe nada a nadie. Ni siquiera a sí mismo. El pádel, en cambio, sí tiene una deuda pendiente con él. Durante años hemos degustado su magia; este deporte ha construido sus cimientos sobre su talento infinito, mientras él empeñaba su alma en cada golpe. Ahora, le toca pagar a él. Ojalá aún estemos a tiempo de poder devolverle, al menos, en parte, todo lo que nos ha regalado.