Esa pelota que no alcanza, que tan solo roza con la punta de la pala y que no llega a devolver al campo contrario, probablemente sea el único punto en contra en toda su trayectoria deportiva que Marta Marrero no se reproche. Ni aún cuando significa la eliminación en cuartos de final del Master Final 2022 de World Padel Tour.
Porque esta vez, sin embargo, no se trata de una derrota sino de una despedida. Conceptos muy diferentes para una deportista. Perder es el primer paso de la siguiente victoria. Para Marrero, sin embargo, la de ayer en el Palau Sant Jordi, no es el inicio de nada sino el final de todo; al menos, de todo lo conocido para ella.
La jugadora canaria, a punto de cumplir los 40, ha anunciado que se retira. Al menos, temporalmente, afirma. La extenista se aparta de la competición profesional para “ampliar la familia”. Un desafío mayor que cualquiera de los que ha vivido en una pista, sea de tenis o de pádel.
Así que, en el Master de Barcelona, ante Bea González y Martita Ortega, la excompañera con la que gobernó el pádel mundial por última vez, Marta se ha despedido del deporte profesional por tiempo indefinido. A efectos prácticos, es una retirada definitiva. No porque no pueda volver a las pistas siendo madre; la mejor prueba de que es posible la ha tenido cerca en el ejemplo de otra excompañera, Cata Tenorio; sino porque, en caso de regreso, será otra Marta la que reaparezca. Y es que la aventura que está a punto de vivir transforma el mundo y la percepción del mismo.
Conoce bien Marrero el torneo de maestras de World Padel Tour. No ha faltado a ninguna de estas citas desde que se asomó a este escaparate final en su primera edición (2013) junto a Nela Brito. En dos ocasiones, además, ha logrado el título. Pero, por más que sea territorio de sobra explorado por la canaria, esta vez todo le ha debido resultar diferente.
La llegada al recinto, la comprobación de la pista, los nervios y los anhelos anteriores a la competición, el speaker pronunciando su nombre, el calentamiento previo, el saludo con las rivales, los abrazos con su compañera, las instrucciones de su coach en el banco, un resto fallido, un remate ganador,… Lo cotidiano, esta vez, ha sido excepcional. Por primera vez, todo aquello ha supuesto lo último. La última volea, el último revés a dos manos, la última celebración,… hasta esa última estirada en busca del globo rival y que no alcanzó; metáfora de sus últimos pasos en la élite.
El bote de la pelota en campo propio, ese último bote, despertó la nueva realidad. Las lágrimas de Marrero se ocuparon de constatarlo. La exnúmero uno, impermeable a la emoción en las mejores batallas, no logró sostener su coraza en el adiós.
Y eso que la aruquense ya sabe lo que es transitar por la complicada pasarela de la despedida. En 2010, a sus 26 años, le dio un portazo a su interesante carrera en el tenis. Aquella y esta son historias bien distintas. De lo que pudo ser con la raqueta a lo que ha sido con la pala. De un itinerario truncado a una trayectoria plena. De la incertidumbre del día después entonces a la certeza de un mañana que tiene claro hoy. De aquella Marrero que se marchó porque no pudo a esta que se retira habiendo sido y con un propósito vital inmediato.
A Marrero le ha faltado capacidad narrativa en determinados momentos para darle forma a su propio relato. Su legado en el pádel va más allá de la corona de número uno que lució durante dos temporadas con dos compañeras diferentes, Alejandra Salazar y Marta Ortega. Se marcha una jugadora ultracompetitiva, de ascenso fulgurante, profesionalidad incuestionable y exigencia exacerbada.
Se asomó a la competición profesional en 2012, último aliento de Padel Pro Tour, tras haberse probado en el circuito catalán. Dos años después, en plena era World Padel Tour, ya había ganado su primer título; y al tercero, estaba peleando por lo máximo.
Su facilidad para adaptarse y evolucionar en esta disciplina, su consistencia y, desde luego, su potencia la situó desde el principio en el radar de las de arriba. En 2013 con Nela Brito alcanzó su primer Master Final; en 2014, con Cata Tenorio, además de estrenar su palmarés, se quedó a un palmo (un tie-break ante las gemelas Alayeto) de disputar la final del torneo de maestras. En cualquier caso, el tránsito junto a la de Paraná le dio poso a su juego y le preparó para el siguiente desafío: Alejandra Salazar.
La madrileña eligió a Marrero para sustituir nada menos que a Icíar Montes, que colgó la pala a finales de ese año. El desafío era imponente: hacer frente a las arrebatadoras gemelas Sánchez Alayeto. Dos torneos les bastaron para comprobar la fiabilidad de la fórmula: en San Fernando lograron el primer entorchado juntas al derrotar en una trepidante final a las números uno.
No consiguieron asaltar la cima (aunque ganaron el Master Final) esa temporada; se quedaron en el segundo peldaño; pero sí lo lograron al año siguiente (2016), un curso en el que terminaron con siete títulos y la corona de reinas del pádel mundial.
A esas alturas, apenas cuatro años después de su incursión en la élite, Marrero era ya figura entre figuras.
La fatalidad, sin embargo, truncó la continuidad del proyecto. La grave lesión que sufrió Salazar en el Master de Valladolid de 2017 frenó el trayecto. Además de la rodilla de la madrileña, aquel accidente quebró algo más en la pareja. Cuando volvieron a encontrarse, pese a ser la dupla que más títulos logró en 2018, ya no se reconocieron. Ambas habían cambiado.
Más allá de ello, el episodio tuvo, además, otra consecuencia: terminó de provocar la metamorfosis de Marrero.
Durante la baja de Alejandra, la canaria recuperó su alianza con Cata Tenorio. Esta vez, al contrario de lo ocurrido en 2014, fue ella quien llamó a filas a su compañera. Asumió, entonces, un rol diferente.
En su trayecto junto a Salazar, Marrero había sido diana predilecta de sus rivales. Exigida al máximo, la jugadora tuvo que aprender a afrontar el peso del juego y desarrolló, sobre todo, un formidable despliegue defensivo.
En la segunda etapa junto a Cata, el escenario cambió y, ante el acoso a su compañera, se vio obligada a dar un paso al frente para procurarse campo y liderar la ofensiva. De contener atrás hasta que apareciera Ale pasó a irrumpir en el frente para decidir sobre el trabajo de Cata.
La mutación de Marta fue tan notable. Sin embargo, el regreso de Salazar en 2018 focalizó el relato en torno a la capacidad de superación de la madrileña y, al mismo tiempo, eclipsó esa formidable transformación de Marrero. La brecha entre ambas fue insalvable.
En 2019, Marta Marrero se sometió a la prueba definitiva. Decidió probar su nueva condición en el que fue su primer proyecto propio. Pasó el examen con matrícula.
Formó junto a Marta Ortega, una alianza surgida de la ruptura de la joven madrileña y Ariana Sánchez y que provocó su propia némesis: la de Reus se unió a Alejandra Salazar.
No tardaron Las Martas en inclinar de su lado una balanza que, de inicio, apuntaba a sus rivales. Las AS partían con cierto favoritismo, sino deportivo, sí, al menos, para una gran parte de la grada que apreciaba en la nueva dupla un mayor virtuosismo creativo, más vocación ofensiva, mayor atrevimiento.
Marrero y Ortega, sin embargo, no aceptaron los pronósticos previos. Desde el primer día funcionaron a la perfección. Convirtieron la metalúrgia en un arte y dieron forma a una dupla granítica que acabó gobernando el pádel femenino. Aquella fue una doble victoria que permitió a Marrero demostrar que el espacio que había reclamado en el deporte en el que había aterrizado, ya era suyo por derecho propio.
Junto a la joven madrileña, la canaria alcanzó su cenit. Lideró el proyecto y exhibió lo mejor de su repertorio para lograr siete títulos en 10 finales disputadas.
Instalada en el trono, sin debate alguno sobre su merecimiento, Marrero cometió el que, probablemente sea, su mayor error en la élite del pádel: rompió la pareja con Marta Ortega.
La canaria, afincada en Cataluña, con objetivos empresariales (la red de clubes Aurial Padel by Marta Marrero) y personales (maternidad) a la vista; quiso ordenar su mapa de vida desde la proximidad. Fichó a la emergente Paula Josemaría que se vio obligada a dejar Valladolid para trasladarse al centro de operaciones de Marta en Barcelona.
Por más que lograran algún título, el último grande para Marrero, la propuesta no terminó de funcionar. Como tampoco la recuperación posterior del proyecto junto a Marta Ortega, ni el tránsito final junto a Lucía Sainz.
Ahora, con su proyecto empresarial en marcha, Marrero ha decidido afrontar su propósito vital más inmediato: ser madre. Así que se aparta del pádel y lo hace despidiéndose en Master Final de World Padel Tour, el escenario que mejor radiografía la pujanza de la jugadora en este deporte.
Sus lágrimas ayer en la central del Palau San Jordi, las últimas como jugadora profesional de pádel, completan su triunfal recorrido en una disciplina que la adoptó como una extraña hasta convertirla en una de sus reinas.

*Foto portada: WPT.