El sueño, por fin, se ha cumplido. Aquel renacuajo que se empeñaba en golpear la bola con una pala que ni levantaba cuando el padre acababa su pachanga con sus amigos. Aquella enana a la que había que alejar de la pista para que no interrumpiera el juego de la madre y sus amigas. Hoy, ambos, son campeones del mundo de menores.
Los dos son españoles. Perlas de una cantera que, hoy por hoy, no admite comparación. Aprendieron los efectos de cada golpe antes que a sumar. Llevan más años dedicados al padel que al colegio. Ese extraño deporte del que tres cuartas partes del planeta no ha oído hablar.
Suman tardes de entrenamiento. Fines de semana de competición. Meses de sacrificio compaginando estudios con un deporte que les señala como promesas.
Sus familias están con ellos. Les animan, les empujan, les sustentan, les consuelan.
Y hoy, por fin, todo aquello adquiere una nueva dimensión.
Papá, mamá, soy campeón, soy campeona del mundo
Porque, en efecto, España ha arrasado en el Mundial de Menores 2015 en México. Ha acaparado todas las finales, las de las categorías por parejas y la de selecciones. Y se ha impuesto en todas. Todos los títulos mundiales viajan de regreso a España.
Las federaciones. Las marcas patrocinadoras. Los clubes. Los entrenadores, los presentes y los pasados. Y, por supuesto, las familias. Todos van a exhibir con orgullo este trofeo mundial por la parte que les toca. Y claro, si todos lo hacen, el campeón y la campeona, desde luego que también. Están en su derecho. Pero, en medio de tanta celebración, ¿habrá también quien les ayude a asimilar un éxito que puede resultar tan deslumbrante como indigesto?
Porque, ¿qué significa ser campeón del mundo, mamá? ¿Para qué sirve ser campeona del mundo, papá? ¿Acaso no hay nadie mejor de yo? ¿Tengo que ganar todos los torneos a partir de ahora para demostrarlo? ¿Ya no puedo jugar para divertirme en una pista? ¿Cuál debe ser mi siguiente conquista?
El valor de perseguir un sueño
El entorchado mundial conquistado en tierras mexicanas tiene un extraordinario valor. Por supuesto. El valor de un sueño. La importancia de un anhelo. Una aspiración deseada que hoy se ha convertido en realidad.
Han trabajado duro para ello. Es la ilusión cumplida de un campeón. El deseo materializado de una campeona. El orgullo lógico de toda una familia. Es momento de disfrutar y de convertir en aprendizaje una valiosa experiencia.
Pero, cuidado, conviene disipar pronto la traicionera bruma del éxito. El regusto de la victoria tiene la virtud de alterar el juicio, nublar el sentido común.
El valor de esta conquista no reside tanto en el título sino en el recorrido. En el proceso, en todo lo que significa perseguir un sueño, esforzarse, luchar por él.
Desde esta perspectiva, el éxito queda siempre a salvo del marcador. El triunfo va más allá de un trozo de metal.
Mamá, papá. No es la medalla lo que nos hace ser campeones sino nuestra entrega.
Y ello sirve para cualquiera de los peldaños del podio. Incluso para quienes ni siquiera aparecen en la foto.
El reconocimiento a tus rivales
Con la medalla al cuello, exhaustos de gloria, la llegada a casa, el reencuentro con sus familias es el colofón de una gran historia.
Mamá, lo conseguí, soy campeón del mundo. Papá, lo hice, gané el mundial.
En efecto. Para ello, se han enfrentado durante una semana a jugadores y jugadoras de otros países. Chicos de Paraguay. Chicas de Brasil. Chicos de México. Chicas de Estados Unidos. Rivales de Reino Unido, de Uruguay, de Chile, de Argentina.
Cada uno de ellos tenía su propia aspiración. Para la mayoría de los componentes de los demás equipos, sin embargo, la victoria era un sueño inalcanzable que, sin embargo, no les hizo desistir de acudir al Mundial. Su propia esperanza, el sacrificio de sus familias, les hizo competir.
El triunfo de las perlas españolas se sustenta precisamente sobre el esfuerzo de sus rivales. La lucha de los chicos y chicas de Argentina. La ilusión de los anfitriones de México. El empeño de los británicos. Las ganas de los paraguayos, la disposición de los uruguayos y la entrega de las brasileñas o los chilenos…
Todo ello es lo que da sentido al metal que luce del cuello de los y las campeonas.
El desequilibrio entre selecciones no admitía incertidumbre en torno al triunfo final. España y Argentina estaban destinadas a pelear por los títulos. Pero, sin el resto de equipos, sin la bendita utopía de los demás conjuntos nacionales, el Mundial hubiese sido una simple quimera.
Sí, mamá, tengo claro que, sin mis rivales, sin su entrega, no hubiera sido campeona.
Evangelizadores del padel
La hazaña de los y las españolas en México va más allá de un simple título. Su esfuerzo, su talento, su hambre es el mejor vehículo para exportar este deporte.
Han sido evangelizadores del padel. Referentes para las demás canteras que encuentran en el espejo español el camino a seguir.
Se trajeron sus medallas. Pero dejaron allí su ejemplo. Y deben ser conscientes de que, siempre que puedan, tienen que seguir respondiendo ante esa responsabilidad con el padel y con el deporte.
Punto de partida, no un destino
Lo habían imaginado. Habían soñado con ese instante, con esa última bola, con ese abrazo con su compañero, con su compañera, ese momento en el que los focos les apuntaban para coronarles en la cima del padel mundial de su categoría.
Mamá, ya soy campeón del mundo. Papá, ya he cumplido mi sueño. ¿Y ahora qué?
El éxito en el Mundial de México no es el destino del trayecto, sino un nuevo punto de partida para coger más impulso. Una estación de alegría, coraje y confianza para mantener el rumbo a salvo de obstáculos y trabas. De desvaríos y atajos.
El hambre, las ganas, la voluntad de seguir aprendiendo, creciendo y mejorando, la necesidad de disfrutar y divertirse con el padel no se apaciguan con este título. Todo lo contrario.
Compromiso sí, obligación no
Despuntaron muy pronto. Desde entonces vienen siendo señalados como grandes promesas del padel español. Referencias de una cantera de referencia. Ahora, además, es todo un campeón, una campeona del mundo.
Mamá, ¿ya no hay nadie mejor que yo? Papá, ¿se supone que debo ganarlo todo porque soy la mejor del mundo?
Nada más lejos de la realidad. El brillo de sus medallas no debe cegarles. Ni a ellos, ni a sus familias. Tampoco a sus entrenadores. Ni a sus clubes. Ni a sus patrocinadores. Quienes ayudaron a subirles, no deben dejarles caer. Todos tienen su cuota de responsabilidad en el propósito de aclarar el camino de estas promesas, de despejarlo de falsas ilusiones.
Más allá de la alegría por lo conquistado, la única consecuencia de este título en el campeón, el único efecto perdurable en la campeona debe ser el firme compromiso de seguir intentándolo con la misma honestidad y el mismo esfuerzo. Nada más. Y nada menos.
Nada les asegura repetir proeza. Nada les obliga a ello. No tiene que demostrar que es el mejor o la mejor porque no es cierto. Tan sólo tienen que comprometerse con su entrega y su dedicación. Con el padel. Con el deporte.
Disfrutar. Divertirse. Vivir.
Las relaciones humanas multiplican
El Mundial de Menores en México ha sido mucho más que una competición. Toda una experiencia vital para estos adolescentes en torno al deporte. La convivencia con los y las compañeras. Las relaciones con rivales. El descubrimiento de otras culturas, de otras costumbres, de otras personas empequeñece el simple valor de una medalla.
La responsabilidad, la confianza, el consuelo, la alegría. Actitudes y emociones de promesas del padel, de proyectos de hombres y mujeres. Recuerdos que dejan más poso que el brillo de cualquier metal.