“Un ridículo pasatiempo para pijos”. “Raquetas playeras de encefalograma plano”. “Una pista que no es más que una jaula de salvajes vanidades”. “Se puede ser héroe de cualquier deporte, menos de padel”.
Esta retahíla de afirmaciones forma parte, al parecer, de un artículo de opinión del periodista Ramón Aguiló Obrador que, por extraño que resulte, no versaba sobre este deporte, sino acerca de algunos de los vergonzosos hechos que se tratan estos días en el juicio del caso Noos. El texto apenas resistió publicado en la web de El Mundo durante unas horas y, sin explicación, acabó desapareciendo (la única certeza de su contenido me llega a través de terceros).
Sin embargo, y pese a este borrado, la inventiva del autor ya había dejado rastro de su mugrienta pringue en las redes sociales. Estupor, indignación, descalificaciones y hasta algún insulto han sido algunas de la reacciones que el artículo ha provocado en numerosos aficionados al padel.
Era previsible teniendo en cuenta la abominable descripción que Aguiló regala en su artículo de opinión, el desprecio que transmite por este deporte, la falta de respeto hacia quienes lo practican.
También para mí ha resultado difícil de contener la provocadora tentación de arremeter contra el articulista por su desconsideración sin argumentos hacia el padel.
Durante toda la tarde ayer traté de encontrarle alguna explicación plausible a la postura de Ramón Aguiló. ¿Cómo ha llegado a la conclusión de que el padel es un deporte en el que no hay épica ni vergüenza sino buscavidas y corrupción? ¿Por qué ha elegido el padel como paradigma de tal infamia? ¿Acaso no existe la vileza en los opulentos palcos de fútbol? ¿Tampoco se adivinan planes malversadores en los palcos de la hípica? ¿No se producen viles confabulaciones contra los bienes públicos en suntuosas cenas benéficas? ¿O en la ópera? ¡Hasta en los despachos de alguna redacción!
Reflexionando sobre todo ello fui consiguiendo aplacar el impulso de agraviar al autor de dichas expresiones. La ira se rebajó hasta el enojo y de ahí se abrió paso la incomprensión. Hasta que, de pronto, me percaté de que había sustituido el desagrado por la pena. ¿Quién puede deslucir de tal forma el padel? ¿Quién es capaz de negarle el espectáculo que transmite? ¿Acaso se puede no sentir la emoción que desprende?
La mirada de Bela. El agónico empeño de Lima. La magia de El Galleguito. El duende de Paquito Navarro. La irreductible voluntad de Matías Díaz. La prodigiosa muñeca de Cristian Díaz. La valentía de las gemelas Sánchez Alayeto, la potencia de Marta Marrero, la agresividad de Ale Salazar, la inteligencia de Patty Llaguno… ¿Se puede en verdad no sentir el padel? De todo lo que el articulista expresa en su insólita diatriba, lo que más me revuelve las entrañas es la negación de su épica, el ninguneo al valor de sus protagonistas.
Porque, sí, en contra de lo que opina el señor Aguiló, el padel tiene héroes y heroínas (como el curling). Los tiene bajo los focos del estrellato. Deportistas esforzados, sacrificados, que con su empeño no sólo se hacen mejoren sino que, sobre todo, engrandecen a este deporte.
Y también hay héroes y heroínas en el anonimato. Muchos. El padel está repleto. Aquí, en esta misma web, hemos narrado muchas de sus proezas cada fin de semana. Allá donde se levanta una red entre cuatro paredes surgen figuras desconocidas para protagonizar relatos de esfuerzo, de dedicación, de triunfos y derrotas, de relaciones que surgen y de otras que terminan; historias de la vida. Sí, el padel tiene un sinfín de héroes y heroínas de todos los niveles y categorías. Y cada día, golpe a golpe, sueño a sueño, combaten contra estigmas como el que mi estimado colega se afana por sostener.
¿Merecen todos ellos la desconsideración gratuita de su pluma? Los hechos parecen darnos la respuesta. Ramón Aguiló no ha tenido reparo alguno no sólo en ignorar su mérito sino en pisotear su esfuerzo. Pero, ¿por qué un acreditado articulista desprestigia el padel para expresar su opinión sobre hechos que no tienen nada que ver con este deporte? Repasando algunos de sus escritos anteriores, se ilumina una única conclusión posible: por el puro placer de la polémica. El acerbo y punzante sabor de la controversia. Ese recurso, único para algunos (como parece ser éste el caso), para tratar de resultar memorables.
Así que su ignominia al padel se me antoja un vulgar artificio de mal comentarista.
Por eso, siento aún más lástima de quien no ha podido apreciar lo que este deporte te ofrece, de aquel a quien el padel no le ha alcanzado el alma y aún así se sirve de él para que le presten alguna atención. Así de generoso es este deporte.
Y pienso que tal vez el padel podría ayudarle y, al mismo tiempo, ayudarse a sí mismo.
He oído en las últimas horas muchas voces que se han levantado contra la afrenta del periodista. Muchos han criticado a Aguiló, le han cuestionado su profesionalidad, le han rebajado su trayectoria. Casi le han declarado persona non grata en el universo del padel. Como decía, es una reacción entendible. Pero eso sería replicar la torpeza del articulista sin sacar beneficio alguno de ello.
Ramón Aguiló es una de las firmas de El Mundo, un periódico de gran difusión y un alcance que trasciende las fronteras españolas. ¿Está el padel en disposición de renunciar a un escaparate así?
Quizá la ignorante osadía del periodista no merezca repulsa sino auxilio. Reservarle un lugar en algunos de los partidos de cualquiera de las pruebas del circuito profesional. Situarle a pie de escena de tal forma que pueda escuchar los gritos de los jugadores, contemplar la entrega y la pasión de las jugadoras, apreciar el talento de aquellos a quienes niega la condición de héroes y heroínas, conmoverse con su infatigable esfuerzo.
También le deberíamos facilitar una visita a cualquier club, que pudiera asistir a la algarabía de cualquiera de sus torneos, descubrir las historias que surgen sobre la moqueta y se entremezclan alrededor de ella. Vestirse de corto y empuñar una pala para colocarse al otro lado de la red. Sentir la alegría de que la bola obedezca a tu voluntad y acabe en el destino elegido. Desesperarse con el enésimo error de una bandeja y descubrir que una mínima corrección transforma la frustración en euforia. Acabar un partido y advertir que, a veces, se conoce mejor a una persona por su volea que por sus palabras.
En efecto, el padel es un deporte de pijos. También de hipsters, de millennials. De urbanistas y de pueblerinos. De corruptos y de honrados. De gordos y de flacos. De atrevidos y de prudentes. De aprovechados y de provechosos. En el padel caben todos. Incluso los que opinamos desde la grada, señor Aguiló. Anímese, los héroes y heroínas de este deporte le esperan ya en las pistas. Si después de probar, sigue pensando lo mismo habrá ganado usted. ¡Olvídelo y dedíquese al… curling!
En un todo de acuerdo con tu artículo Nacho, como casi siempre. Agregaría un detalle, que a lo mejor no esté bien, pero es lo que siento: ignorancia, el artículo de este señor transmite ignorancia.
Pero no solamente por ignorar nuestro deporte, cosa que podría ser (y así parece), sin problemas. Porque no todos los seres humanos tienen la suerte de conocerlo y disfrutarlo. Sino también por referirse, de esa manera, a algo que justamente no conoce. Entiendo que sea su única forma de desarrollar su profesión, que busque hacer ruido con artículos polémicos, y lo entiendo porque en Argentina también los tenemos (especialmente en el periodismo político). Pero ignora la reacción negativa que puede causar entre los que amamos el pádel, ignora cómo llegar al público sin necesitar de golpes bajos, ignora cómo ganarse el pan sin atacar.
Totalmente de acuerdo contigo, Guille. La osadía combinada con la ignorancia provoca temeridad. No es precisamente una de las mejores cualidades que podemos cultivar los periodistas.
Gracias por tu comentario y por dedicarle un ratito al artículo.
Saludos.
Ignorancia total. Hay pistas de padel en las cárceles.
Hacía tiempo que no me pasaba por aquí, y, como siempre, me vuelvo a encontrar cosas muy interesantes de leer.
Por desgracia, el periodismo en España se ha convertido en esto. Odio generalizar, pero es lo que vemos en la tele, el papel e internet. Artículos donde la objetividad quedó en el olvido y donde la polémica es la forma de llamar la atención. Lectores, y más lectores. Público. Eso es lo único que importa. Titulares sensacionalistas que luego te llevan a un contenido mediocre, por no decir pobre. Mi opinión: El problema es el excesivo caso que les hacemos. Si fuésemos capaces de ignorarles por completo, se acabarían publicaciones tan lamentables como esta.
Un saludo
Hola, Kurro. Muy de acuerdo con tu comentario.
Saludos.