De pronto, un error da pie a un prodigio. De una situación adversa surge una maravilla. La proximidad de la derrota queda en suspenso. Un pequeño milagro congela el tiempo, destierra el marcador y pone en valor la belleza, sin más, de este bendito juego.
Y todo ello con una rúbrica feliz, una sonrisa de autor, contagiosa, que sirve para explicar a la perfección a este antequerano de 25 años, Momo González, un optimista irreductible.
Con 7-5 y 4-0 en contra, dos feroces adversarios que devoran cada punto en busca del triunfo ya cercano en esos cuartos de final del P1 de Premier Pádel en Milán; con la extenuante temporada prácticamente finiquitada, a falta del Master Final de World Padel Tour; en ese escenario hostil, aflora la magia.
La secuencia lo tiene todo y merece no ser descrita sino, simplemente, admirada. Atrevimiento, intuición, esfuerzo, talento… una combinación de ingredientes va construyendo la narrativa propia de una jugada hasta ofrecer un clímax portentoso. Se suceden diversas acciones de mérito; lo impensable, sin embargo, es obra de Momo que, in extremis, logra alcanzar una pelota imposible en el lado de su compañero y, de espaldas a la red y entre sus piernas, filtra un passing inverosímil que perfora la derecha de su rival y acurruca la bola lejos de su alcance.
El impacto que provoca el punto en el compañero, en los rivales, en la grada, en los narradores y, en general, en cualquiera que contempla la jugada, es de tal magnitud que, de inmediato, el punto no solo se convierte en la estampa icónica del torneo (en sustitución, para alivio de la organización, del insólito desvarío arbitral que se produce en una jugada de Javi Leal en primera ronda), sino que opta a proeza mayor de la temporada.
Desde luego, vuelva en las redes ese gesto de Momo, un recurso desesperado que busca enmendar el error que había cometido segundos antes con un paralelo que no tocaba, máxime con su compañero fuera de sitio. La volea cruzada de Lebrón era definitiva. O lo parecía. El malagueño se lanzó a por una pelota que ni concedía rebote ni admitía duda.
Cuando Momo golpea el revés paralelo, un instante antes, está pegado al cristal lateral de su lado. La volea cruzada de Lebrón impacta en la otra pared lateral, la del lado de Álex Ruiz, y se precipita al suelo tras tocar en el segundo panel izquierdo del fondo. Alcanzar esa bola no era, en esta ocasión, una cuestión de centímetros, sino de piernas. A esa pelota no se piensa en llegar; únicamente se llega.
El malagueño solo tenía dos opciones posibles; correr y estirar el brazo para lanzar el globo como pudiera, o directamente, ni siquiera intentarlo. Momo eligió una tercera, la que no existía. Se lanzó a por la bola, se situó sobre ella con un salto felino, y, entre las piernas, impactó con la pala buscando la dirección adecuada. No hubo fortuna alguna. Lebrón, ante la inverosimilitud del objetivo, había dado un paso al medio dejando al descubierto su pasillo derecho. Por ahí afloró el pequeño milagro.
La acción define bien algunos de uno de los principales rasgos de este jugador: su portentosa capacidad de defensiva sostenida, en parte, por una velocidad endiablada. Además, insinúa también actitud y compromiso para mantenerse en la jugada; y, desde luego, fe en sus propias posibilidades.
Sin embargo, si algo, de todo lo que ocurre, explica bien a Momo es lo que aparece justo al ganar el punto: su sonrisa.
El malagueño, apoyado en el cristal de fondo, abre los brazos, suelta la pala como el artista el pincel tras acabar su obra, y exhibe la sonrisa que le ha venido acompañando desde que, a los 10 años, empuñó una pala por primera vez en su Antequera natal, cuando se decantó por el pádel y acabó por desdeñar el tenis.
Desde entonces, su feliz expresión se ha elevado como un termómetro de su juego. Si Momo ríe, se divierte; si ello ocurre, todo a su alrededor fluye, con naturalidad.

La ocurrencia de Momo acabó provocando la sonrisa en Lebrón, víctima directa de la fabulosa maniobra. Y en Galán. Por supuesto, sonrió su compañero Álex Ruiz. Todos, al unísono, con las manos en la cabeza. Como el público, exultante, en la grada del Allianz Cloud Arena. El golpe de Momo fue democrático. Por un momento igualó a todos, público, compañero y rivales, y los transformó en privilegiados espectadores de un instante irrepetible, uno de esos momentos que trascienden el marcador, que se elevan por encima de la victoria y la derrota, de los que dejan huella en forma de una emoción desbordante.
Al pádel, un deporte que, todavía hoy, sigue construyendo buena parte de su narrativa en torno a highlights, estas estampas le dan más vuelo.
Que Momo y Álex acabaran siendo derrotados; o que Galán y Lebrón terminaran ganando el torneo, uno más en su extraordinaria temporada; son hechos que no alcanzan a rivalizar con el impacto momentáneo de la genialidad del antequerano.
No es una exageración. Basta comprobar la tremenda ovación con la que el público despidió al malagueño en su retirada de pista, ya derrotado, y que obligó, incluso, a interrumpir la entrevista a los campeones en el micrófono oficial del circuito. .
La celebración de Paquito Navarro en el Major de Italia, triunfador pese a perder la final; Galán y Lebrón, coronados en la flamante Philippe Chatrier; el mito de Bela ampliando territorio en el Major de México,… a todos estos instantes icónicos de esta primera temporada de Premier Padel se une ya la figura del optimista Momo, brazos en cruz y sonrisa de autor, tras protagonizar una genialidad insólita que, y ahí reside parte de su singular encanto, no le sirvió para ganar el partido. Puro deleite.