Solo cuando la pelota da el segundo bote después de esa volea de revés que perfora el ángulo derecho de Salazar, solo entonces, la joven Delfina Brea pone fin al blindaje emocional y libera lo que lleva dentro.
Se derrumba sobre la moqueta de la pista central instalada en el Pabellón de La Fonteta, escenario de su segundo gran título profesional, y cede a unas lágrimas que, a partir de ahí, le resultan indomables.
Hasta ese instante, la argentina regala un ejercicio de contención de las emociones que acompaña con una imponente exhibición de juego.
Esta del Estrella Damm Valencia Open es su tercera gran final en el circuito World Padel Tour. No se nota. A sus 21 años, esta bonaerense de apariencia imperturbable se maneja en ese duelo definitivo con la soltura de una veterana. No se apura, no se arredra por la categoría de sus contrarias, las números uno, Alejandra Salazar y Gemma Triay; no se precipita ni es víctima de la presión. Delfi se despliega con absoluto sentido, elige bien cada instante, cada golpe, sufre cuando toca y lo intenta cuando debe; todo desde la calma de quien acompasa el juego con naturalidad, con plena consciencia de lo que puede aportar y de lo que necesita su compañera.
Su actuación esboza una madurez impropia de su edad, un retrato insospechado a tenor de las dos últimas temporadas en las que buscó acelerar su carrera sin éxito.

Hasta 2019, la jugadora, hija del célebre exjugador y entrenador Nito Brea, fue quemando etapas de forma razonable en su ascensión al pádel profesional. Se asomó por el circuito en 2015 junto a Aranza Osoro para probarse en un torneo. Repitió al año siguiente junto a Silvana Campus en varias pruebas; y en 2017 se instaló definitivamente en España para competir con Sara Pujals. Ahí logró sus primeras incursiones en el cuadro de las favoritas.
Al año siguiente, 2018, se unió a Ana Catarina Nogueira para formar una dupla correosa, un dolor de muelas en el camino para muchas de las favoritas. Juntas conquistaron un Challenger y lograron dos cuartos de final, actuaciones que la situaron en el escaparate principal.
Tanto fue así que en 2019 fue reclutada por Majo Sánchez Alayeto para suplir a la baja de su hermana Mapi por lesión.
Delfi iba a jugar la temporada junto a Teresa Navarro pero no llegó ni a debutar con ella. Aceptó la propuesta de la gemela y se desplegó con ella durante media temporada. Disputó una final y un puñado de semifinales. Lo que para ella fue un avance en cuanto a resultados, para su compañera resultó un retroceso. Sin embargo, la presión a la que se vio sometida la joven argentina, lejos de acelerar su evolución, pareció aplastarla.
Recuperada Mapi, terminó la temporada con su amiga Bea González (la malagueña rompió con Cata Tenorio). Fueron unos meses de liberación para ambas que coronaron con una actuación sublime en el Master Final que las dejó a un palmo de jugar la final.
En 2020, con el parón pandémico de por medio, Brea recuperó la alianza con La Portu pero no resultó. La jugadora portuguesa, que venía de disputar títulos junto a Paula Josemaría, no pudo encaramarse a la pelea grande junto a Delfi y ese reencuentro terminó.
Tras esas dos probaturas ambiciosas, Delfi decidió recuperar para este curso el paso que había dejado atrás. Se alineó junto a Tamara Icardo, una jugadora que no había logrado superar los octavos de final en toda la temporada 2020 y cuya cota, alcanzada una sola vez, fueron unas semifinales en 2019. Sin atajos, era la oportunidad de crecer juntas. Y vaya si lo han hecho.
Decidieron emprender proyecto, con más ilusiones que obligaciones, con más esperanzas que responsabilidades, una receta que han dejado en manos de un experto artesano, un maestro del oficio: Gaby Reca. El mítico exjugador ha tomado las riendas de la pareja y ha sido capital en el triunfal desempeño de la dupla en esta mitad de temporada: dos títulos y dos semifinales en siete torneos.
Bajo la dirección del franco-argentino, Delfi ha logrado espantar aquellos demonios que le atormentaban en la pista, que le hacían exigirse lo que no le correspondía, que le incitaban a apresurarse, a sumirse en una espiral de errores que condenaban su juego.
No hay ni rastro de aquello. Hoy, sobre la moqueta, detrás de sus 21 años, hay una jugadora que templa, que administra el juego con criterio, que se repone de cada fallo, que reinicia el punto cada vez que es necesario, que exhibe una derecha firme y hermosa que le abre pista hacia la red, que se atreve a lo que puede y rechaza lo que no tiene.
Todo ello lo mostró en la final de Valencia, imperturbable pese al desafío que tenía al otro lado de la red. No era solo el duelo cruzado ante Alejandra Salazar sino que Delfi fue exigida como diana de las acometidas rivales en varios tramos del encuentro. No cedió. La jugadora despachó una soberbia actuación junto a su compañera (el despegue de Tamara Icardo merece un análisis propio) y se apoderó de su segundo gran entorchado profesional, tras el que logró en Santander dos meses antes.
Delfi, que no logró lo que buscaba cuando intentó saltarse un par de peldaños en su crecimiento, lo ha conseguido ahora, de una forma más natural. Todo un mensaje para las nuevas generaciones. Correr no siempre te acerca al objetivo. No todo el mundo asimila bien el vértigo; no, al menos, de forma inmediata. Y ello no descalifica necesariamente.
En la bonaerense, su precipitada incursión en las alturas provocó un efecto atenazante, como si se hubiera visto obligada a jugar con plomo en las articulaciones. Asumió un exceso de responsabilidad, se exigió y se olvidó de disfrutar, peleó desde la obligación de hacer un resultado y no a partir de la ambición de conseguirlo. Nada de ello le correspondía por edad.
De regreso del tormentoso periplo, una vez soltado el lastre, Brea vuela libre. Ha logrado darle forma a aquellas experiencias para, ahora sí, impulsarse a partir de ellas.
Y ese llanto que derrama sobre la moqueta tras esta sufrida final de Valencia (6-7, 6-1 y 6-4), esas lágrimas que no puede detener frente a las cámaras y que le impiden pronunciar palabra, forman parte de su propio ejercicio liberador; una celebración que le ayuda a desterrar definitivamente las dudas que pudieron surgir de aquel experimento fallido y la señalan, nos la muestran a todos así, como un talento que apunta tan alto como sea capaz de soñar. Pero, eso sí, a su propio paso.
